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La noche está generosamente tibia. El viento se adormeció hace algunas horas, seguramente agotado por tanto ímpetu, o quizás decidido a ser complaciente con estas treinta y cuatro voces que en silencio le pedíamos que fuera clemente. Tumbado en la arena, escondido, miro un cielo en fiestas y me detengo en una estrella que parece tener reflejos azules, cerrando los ojos le pido valor.