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viernes, 3 de febrero de 2017

Te odio, aunque no siempre ha sido así


Cuando apareciste engendré una ternura que me forzó a amarte. Parecías tan inocente como tantos otros; criaturas desamparadas forzadas a existir. Resultabas patético en tu ignorancia. Me observabas con ojos desconcertados, turbado por mi fuerza, venerándome con una pasión que no había conocido hasta entonces. Fue admirable ver como, poco a poco, te crecías ante las adversidades que implicaban mis enigmas. La indefensión de tus primeros días se transformó en fuerza y determinación que afianzaron tus pasos. Nos aliamos en una relación que prometía durar eternamente.

Pronto me di cuenta de que te nutrías con una fortaleza tempestuosa que sólo acataba tus deseos. De repente, te habías acomodado a tu propio bienestar sin darle importancia a ninguna otra cosa. Dejaste de verme como algo excepcional. Comenzaste a creerte mi dueño e intentaste dominar mi naturaleza y mi existencia. Te apropiaste de cada rincón de mi esencia. También de mi creatividad. Todo lo mío fue tuyo, impusiste ese derecho ideando teorías que siempre te declaraban el elegido, el primero. El único. 


Consideraste que dominando mi temperamento conseguirías mayores logros sobre mí y para ello pusiste todo tu empeño en satisfacer carestías y caprichos que pensabas te harían más poderoso aun a costa de perjudicarme. Mi cuerpo comenzó a llenarse de cicatrices, contusiones y fracturas que muy raramente se recomponían. 


Tantos años de abusos han convertido mi deterioro en algo espeluznante. Ya no luzco tan hermosa ni saludable. A veces mis enfermedades te alcanzan y es entonces cuando  decides poner enmienda a lo nuestro. Intentas extinguir mis daños y reconciliarte conmigo. Te pones el traje de bienhechor solidario y calzas tus pies con medias filantrópicas. Lanzas discursos sobre mis necesidades como si el egoísmo te hubiera abandonado, acariciando mis heridas como el amante sensible que nunca has sido.



Ni por un momento te creo ya. 

Últimamente no puedo dejar de recordar cuando no estabas aquí. Y me duele la nostalgia.


Es por eso que te odio y sueño con el día en que desaparezcas de una vez por todas. Me encantará ver cómo te llevas contigo esas proezas, invenciones y cachivaches que has impuesto a lo largo de los siglos. Adiós a tus mierdas. Tardaré mucho en recuperarme pero sé que lo conseguiré. Llegará una época en que todo rastro de ti habrá desaparecido y lo celebraré sintiéndome imperturbable de nuevo.

                                                                                                      Mercedes Suárez


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