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jueves, 12 de diciembre de 2019

Daños colaterales

Cristina y los Stop
1

Elena se dejó llevar y lanzó un profundo suspiro que no consiguió mitigar la desagradable sensación de que le faltaba el aire y, durante unos momentos de pánico, sintió que se asfixiaba: ya hacía tiempo que su respiración había dejado de ser mecánica y natural para convertirse en un ejercicio forzado incapaz de satisfacer la capacidad de los pulmones, que la dejaba agotada y muy triste. Sin fuerzas para mantenerse en pie, apoyó las manos en la superficie de trabajo de su cocina. Reavivada por la frialdad del mármol separó los brazos y arqueando la espalda dejó caer la cabeza entre ellos sacudiéndola repetidamente. Una vez más se negó a considerar la posibilidad de que un cáncer estuviera adueñándose de su cuerpo; le horrorizaba esa idea y aunque conocía la importancia del diagnóstico precoz, su temor al dolor la paralizaba impidiéndole buscar ayuda. 

<<Todo hubiera sido diferente tiempo atrás, cuando todavía estaba casada con Germán>> -se dijo, ya que incluso al final de la relación, pese al desencanto, se querían y él habría continuado a su lado incondicionalmente. Consideraba que en lo tocante a la separación no hubo culpables. Y también que ya no existía la posibilidad de dar marcha atrás. Aun así, el convencimiento de que una llamada suya bastaría para que Germán regresara suavizó sus facciones, rejuveneciéndole la cara. Un gesto ilusorio porque se sabía incapaz de hacer algo que no creía justo, ni sensato, ni decente, después de que ambos hubieran decidido- de mutuo acuerdo-, continuar la vida por caminos separados. 

La suya fue una separación ejemplar por ambas partes, sin palabras hirientes ni reproches, que les permitió continuar unidos por una buena amistad. Durante algún tiempo se llamaron casi a diario y quedaron para verse con cierta regularidad, hasta que Germán comenzó a salir de manera habitual con Marga, una soltera no vocacional, mona monísima pero lánguida y sosa hasta rabiar: Una mujer ya entrada en años que no estaba dispuesta a permitir que ninguna ex se interpusiera entre ella y el hombre que podía proporcionarle el estatus de casada que tanto deseaba por lo que, alarmada ante las continuas muestras de afecto que la pareja de divorciados se prodigaba, reaccionó sagazmente y, acaparando toda la atención de Germán, logró separarlos cortando cualquier tipo de relación entre ellos. 

2

Elena se sentía fatal, llevaba tiempo esperando que sus padecimientos desaparecieran espontáneamente pero cada día surgía algún síntoma nuevo que los empeoraba todavía más. Por eso, resuelta a terminar con todos los miedos que la estaban atormentando, telefoneó a un buen amigo de su familia para decirle que necesitaba ayuda.

– Y me da lo mismo el estado de tu agenda -le indicó sin dar opción a la réplica - Si tienes citas concertadas las anulas. No, no me viene bien mañana. Ya te digo, ni pasado, ni nunca. Yo me voy para tu clínica y de allí no me muevo hasta que me atiendas. Tú verás cómo lo haces… Y le colgó el teléfono. 


Poco después, pese a un brote de pánico que la asaltó frente al luminoso verde que rotulaba la fachada, consiguió llegar hasta la entrada del sanatorio. Un par de paneles acristalados se deslizaron mecánicamente y Elena entró a una sala de espera en la que un grupo de personas instaladas en sillones de polipiel, aguardaban turno. Aparentemente ocupados con tabletas, teléfonos móviles u ojeando revistas pasadas de actualidad, respondieron maquinalmente al saludo que ella les dirigió mientras se acercaba al mostrador de recepción; allí una joven uniformada que atendía el teléfono, consultaba el ordenador y rellenaba impresos, le informó de que el doctor Jiménez la estaba esperando en su despacho. Este primer contacto consistió, básicamente, en un interrogatorio exhaustivo seguido de una exploración completa y la planificación de análisis y pruebas que determinarían el diagnóstico.

- De momento -dijo el doctor– no detecto nada alarmante; ahora lo importante es que descanses. A partir de este momento no tienes que preocuparte porque yo me ocupo de todo. Mañana comenzaremos el chequeo y en una semana podré darte una respuesta. 

Terminada la jornada, cansada pero aliviada, regresó a su casa dispuesta a pasar lo mejor posible el tiempo que le quedaba hasta conocer los resultados. <<Et voluisse sat est>> pensó y aquella noche consiguió dormir relativamente tranquila. Algunos días después el doctor Jiménez le informó de que el resultado de todos los análisis y pruebas habían dado negativo.

-Físicamente te encuentras perfectamente -la tranquilizó- pero los síntomas indican que padeces la afección llamada Angustia suspirosa, un trastorno de la respiración asociado a la ansiedad que no es grave pero puede derivar en patológico si no se soluciona el conflicto que lo provoca, por eso es imprescindible averiguar lo que te está preocupando tanto- Pero Elena, descartada la enfermedad, fue incapaz de determinar otro motivo de desasosiego y regresó a su casa sin más recomendación que ponerse a reflexionar y tratar de identificar lo que podría estar ocasionándole tanto malestar.

Nada más llegar, Elena se dispuso a emprender la labor que le habían prescrito y se preparó mentalmente para iniciar un viaje a través del tiempo: el doctor le había recomendado que se mostrara especialmente cuidadosa con lo ocurrido poco antes, o durante, las fechas en las que comenzó a sentirse enferma pero sin descartar acontecimientos que fueron importantes en el pasado porque en ocasiones pueden aflorar. Así lo hizo pero un vistazo inicial no hizo nada más que confirmar lo que ya pensaba de antemano: que de esa manera no iba a encontrar remedio para la dichosa ansiedad, porque su temperamento, tranquilo, le permitía aplazar los problemas de manera temporal, salvándola de agobios innecesarios. Y su tolerancia a la hora de perdonarse y perdonar, le evitaba pesadumbres o resentimientos inútiles, lo que hacía poco probable ese hipotético conflicto interior.

Inquieta, se removió en el asiento. Estaba verdaderamente mal; apenas podía respirar y las palpitaciones le provocaban sudores y escalofríos: Se sentía asustada, un poco mareada y perdida. Tenía que continuar ahondando en su investigación y ni siquiera sabía por dónde comenzar a buscar ¿Salud, dinero, familia, negocios, amor…? Todo estaba demasiado confuso y le entraron ganas de llorar ¡No lo voy a encontrar! -susurró desconsolada-. ¡No lo voy a encontrar…! 

3

<<Tres cosas hay en la vida, salud… cantaban Cristina y los Stop en la década de los sesenta>> divagó Elena intentando poner algo de orden en los pensamientos. En lo tocante a la salud, excepto por el penoso brote de ansiedad y los achaques derivados de la edad que aquejaban a sus padres, no había en la familia otra enfermedad que le ensombreciera el ánimo… A no ser- pensó- que, sin advertirlo, estuviera padeciendo un síndrome de nido vacío originado por la ausencia de sus hijos que vivían en el extranjero. Conjetura que acabó desechando por absurda: naturalmente que le dolió mucho dejarlos marchar pero entendió que era conveniente para ellos y aunque pesara la soledad de la casa, tan silenciosa a veces, lo aceptaba y no permitía que le superara la tristeza: <<Una consecuencia del modo de vida actual>>, concluyó, que habían conseguido subsanar con buena voluntad; disponibilidad para viajar y un sustancioso desembolso económico.

El que tenga salud, que la cuide, que la cuide…

Tres cosas hay en la vida: salud, dinero… Afortunadamente, en el aspecto financiero y profesional, las cosas no podían irle mejor. Y a la satisfacción de dirigir un negocio propio y próspero, Elena tenía que sumar la tranquilidad de ser económicamente independiente. Problemas habiendo empleados y dinero de por medio siempre los hay–razonó-. Pero eso la mantenía ocupada y ninguno era tan grave que pudiera quitarle el sueño. 

El que tenga platita, que no la tire, que no la tire… 


Tres cosas hay en la vida: salud, dinero y amor… Descartada la salud y el dinero, Elena se dispuso a explorar la faceta familiar de los años compartidos con Germán: una pareja feliz que se vio sometida a enormes presiones por una crisis económica que los situó al límite de la ruina: Una época difícil marcada por mucho cansancio y preocupaciones en el que actitudes hurañas y palabras desafortunadas confluyeron en silencios delante del televisor y noches interminables, espalda con espalda, faltas de caricias y ausencia total de sexo. Todo eso la convenció de que no valía la pena continuar con la convivencia y planteó una separación que tropezó con la incomprensión de toda la familia: Sus padres opinaron que no tenía motivos para hacer una cosa así y se posicionaron a favor de Germán. Para los hijos todo se reducía a un arrebato sin más y en vez de interesarse por lo que estaba ocurriendo lo dejaron pasar. Y Germán, a pesar de pedirle repetidamente que considerara el asunto dejándolo estar, puso en el empeño menos entusiasmo de lo que ella hubiera llegado a imaginar.

A pesar del revuelo inicial, los trámites de la separación marchaban con normalidad cuando ofrecieron a sus hijos un trabajo en el extranjero: una oportunidad magnífica que no pudieron rechazar pero que sumó penas y preocupaciones, dejándola sin fuerzas para reflexionar. Cuando quiso acordar ya estaba separada y sola: una situación para la que no estaba preparada porque había actuado impulsivamente, movida por los acontecimientos.

Nadie se sentó con ella para escuchar sus razones o ayudarla a recapacitar. Ni fue capaz de valorar el alcance de su decisión hasta algunos meses atrás cuando, de manera fugaz, distinguió a Germán y Marga paseando agarrados de la mano.

4

Atosigada por un ataque de ansiedad y tiritando de frío, Elena miró alrededor con animadversión: lo que antaño fue su hogar se había convertido en un espacio desagradable en el que resultaría hasta anacrónico imaginar mochilas sobre las sillas, cojines arrugados o algún objeto que estuviera fuera de su espacio habitual: un lugar frío y desangelado que conservaba únicamente por si algún día sus hijos decidieran regresar, y contemplar esa posibilidad acentuó el sentimiento de soledad, provocándole unas ganas terribles de llorar.

Tres cosas hay en la vida: salud, dinero… y amor.  Sí, ¿pero qué amor? -se preguntó-. En el entorno familiar las circunstancias habían determinado que el cariño de sus hijos resultara distante y únicamente podía contar con el amor y el apoyo incondicional de sus padres. En el ámbito de pareja, desde la separación, hacía tres años, cinco meses y veinticuatro días, ningún hombre había suscitado en ella deseos de pasión. Durante todo ese tiempo no se sintió atractiva, ni deseada, pero tampoco le importó; por eso, aunque la situación fuera aburrida y triste, estaba convencida de que no representaba ningún riesgo para su salud - Buscar paz con los ojos cerrados, dejando la vida pasar…se dijo y arrancó a llorar advirtiendo que había permanecido obstinadamente ciega, empeñada en ignorar que todas sus emociones estaban ligadas a Germán porque lo quería y él había conseguido que se sintiera una mujer admirada, adorada y feliz. 

El que tenga un amor que lo cuide, que lo cuide….

5

Elena, sintiéndose liberada de un peso insoportable, cerró los ojos y dejándose llevar lanzó un profundo y larguísimo suspiro que satisfizo plenamente la capacidad de sus pulmones, llenándola de bienestar. A continuación, sabiendo lo que deseaba y resuelta a recuperar salud y felicidad, decidió sin importarle nada que no fuera justo, ni sensato, ni decente, llamar a Germán. En lo tocante a Marga, la actual pareja, lo tuvo claro: no le deseaba ningún mal pero tampoco iba a variar de planes por ella: la consideraría un daño colateral de esa batalla que iba a iniciar. Y- como en el amor y la guerra todo vale-, a Elena, impaciente por oír la voz de Germán, no le tembló la mano a la hora de marcar su número de teléfono.  

Carmen María Herrera Gutiérrez


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