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martes, 16 de junio de 2020

Miércoles de ceniza


Tengo a mis amigos en mi soledad; cuando estoy con ellos ¡qué lejos están!

La he odiado con toda mi alma. Su autodestrucción, esa envidia que parece brotarle desde el mismísimo nacimiento y la picardía que algunos retratan de forma ocurrente pretendiendo plasmarla como ingeniosa. También la he querido tanto que sus virtudes -la solidaridad, la alegría, la fortaleza- me parecen únicas, dignas de seres extraordinarios. Cuántas discusiones tuve con Manuel sobre ella. Mientras escribíamos juntos, cuando debatíamos sobre política -algo que hicimos desde muy jóvenes- y frente a unos buenos vinos en compañía de esos actores que tan bien interpretaron nuestras obras.

Pensé en él, en mi hermano Manuel, cuando llené de tierra esta cajita de madera que ahora me acompaña. Cuando en la aduana me preguntaron por su contenido dije, con el orgullo que el cansancio me permitía, que era un trocito de mi España, esa que ahora está rota, la que odio y quiero a la vez, la que he tenido que abandonar a mi pesar y a la que ya no volveré. Es inútil que me digan lo contrario. Tengo muchos años y la convicción de que terminaré mis días en este pueblo francés, lejos de un patio de Sevilla y de un viejo olmo que de sombra a mis andares. Por eso traje conmigo este puñado de tierra, para que no pueda olvidarme del recorrido que mis incansables pies han hecho a lo largo de su vida. Y para que repose conmigo en el sueño eterno después de que el próximo tren me conduzca a mi destino final. Imposible no añorar lo que he dejado atrás, pero me consuela saber que, en la última estación, me estará esperando ese milagro de primavera llamado Leonor.
                                                                                          

Mercedes Suárez Saldaña
Relato publicado en el número monográfico de
la revista Estrechando dedicado a Antonio Machado




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