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lunes, 20 de diciembre de 2021

Nacemos jugando y morimos eliminados

 

El juego se define como una acción que se desarrolla dentro de ciertos límites de lugar, de tiempo, y de voluntad, siguiendo ciertas reglas libremente consentidas, pero que pocos pueden decidirlas. En sus primeras fases, el juego se caracteriza como una actividad lúdica improductiva. Sin embargo, ¿quién es ajeno al espíritu competitivo humano? Huizinga en su “Homo ludens” nos describe el juego como un “círculo mágico”, donde llevar a cabo un rol, pero que poco dura con “aguafiestas”, que se niegan a seguir las reglas, y “tramposos”, que las rompen para su propio beneficio. El “juego del calamar” coreano es una versión más del “solo puede quedar uno”, sea grupo o individuo, como el “juego de las sillas”, “fuera de mi castillo”... son metáforas infantiles de nuestra sociedad actual, donde la competición extrema de la vida justifica su aprendizaje.

El juego infantil, que no tiene nada de pueril, nos prepara para experimentar, desde muy temprano, los efectos de ser eliminados: perder algo. Aunque se dosifiquen los efectos de la pérdida y parezca que hay opción a segundas oportunidades, si fallas estás eliminado (en el caso extremo de la serie El juego del calamar mueres, pero también mueres en los juegos de guerra, en los juegos de migraciones, en los juegos del hambre, etc.). Es inmediata la sensación de desigualdad.

De forma espontánea, el devenir del juego nos agrupa en categorías que siempre nos restarán oportunidades. Los juegos de familia, los juegos de barrio, los juegos de colegio, los juegos extraescolares, los juegos amorosos, los juegos vocacionales, los juegos profesionales… Todos ellos, juegos sociales que reducirán el “círculo mágico” a territorios exiguos. Nacemos con un mundo más o menos grande de posibilidades, pero nunca las mismas para todos, que se va encogiendo con cada partida. Como en la lotería, la ilusión de ganar o la fortuna de algún premio ocasional, nos hará sentir que no somos tan malos jugadores.

Ser eliminados es la experiencia humana más generalizada que se puede acumular. A medida que crecemos, maduramos y envejecemos, lo tenemos más claro. Un día seremos eliminados sin opción a jugar más y, mientras, solo nos queda el consuelo de haber podido participar porque no está permitido dejar de jugar.

El hombre es el juguete de los dioses, Platón

Los dioses son un juego del hombre, pCh

Francisco Javier Chamizo Muñoz




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