lunes, 10 de octubre de 2016

La crisis de los cuarenta


¡Vejez maldita! ¡Qué rabia! ¡Qué desesperación: voy a cumplir cuarenta años! Ayer aún estaba en la treintena, edad perfecta donde las haya: una mezcla ideal de juventud, espíritu aventurero y conocimiento de sí mismo y del mundo. ¡A los treinta todo es posible! ¿Qué queda a los cuarenta? Voy a entrar de golpe en la categoría “mujer madura” y la verdad es que preparada, lo que se dice preparada, no estoy. ¡Que alguien me saque de este cuerpo!

Podría fingir y pretender que nada ha cambiado, instalarme en unos perennes treinta y cinco años… Podría buscar un cuadro que me borrara las arrugas, igual que Dorian Grey. Bastaría con muy poco… ¡Vestirme en Stradivarius, peinarme con un moño para que me estire la piel de la cara, esconder a mis hijos para que no traicionen mi edad y ocultar mi carné de identidad para que mi fecha de nacimiento se mantenga en secreto!

La paradoja es que siempre me ha resultado insoportable la gente que se queja de su edad. ¿Para qué perder el tiempo en ese tipo de lamentaciones cuando es evidente que los años pasan? Pero el quid de la cuestión es que me siento engañada porque transcurren demasiado deprisa. He aquí uno de los ejes de la relatividad: las jornadas en el curro son largas, los minutos cuando un niño llora lentos, los segundos durante un accidente interminables y sin embargo los años pasan en un abrir y cerrar de ojos. ¡Querido Einstein, cuánta razón tenías!

Bueno, vale, tampoco es que me despierte por la noche empapada en sudor frío ni que esté cubierta de arrugas, pero aun así es un paso importante, desde luego a nivel simbólico. Me acuerdo perfectamente de cuando decía, a los veinte, “una mujer de unos cuarenta años” de forma eufemística para designar a alguien un poco viejo, no mucho pero algo ya, alguien de otra época…Diré en mi defensa que en ese momento me parecía un horizonte tan lejano que no había motivos para preocuparse. Pensaba que para entonces estaría casada, con hijos, viviría en una preciosa casa, sería una profesional plenamente desarrollada, vamos, resumiendo ¡una mujer de verdad! Aunque la mayoría de estas premisas se han visto cumplidas, no me encuentro en esa imagen. ¿Dónde está la mujer de verdad? ¡Yo solo soy yo!

Pero más terrible aún que el cambio de década, ¡la obligación de celebrarlo por todo lo alto! Cuando lo que apetece sería precisamente esconderse en un rincón y guardar un perfil bajo, la presión social nos obliga a gritar a los cuatro vientos: ¡Voy a cumplir cuarenta, cómo mola, vamos a montar una fiesta enorme! O sea invitar a gente, mezclar los gustos de unos y otros, asumir la ausencia de los que ya no están, combinar Pablo que no bebe con Pedro que no suelta la barra… Y luego decidir: que si la música, que si las bebidas, que si lo celebro en un restaurante pijo, en un salón de bodas, que cabe más gente, en una casa rural, que no nos oye nadie liarla… ¡¡Socorro!!

Existe una opción mucho más sencilla que consiste en hacerse olvidar y no organizar nada pero tengo el presentimiento que tener que justificarle a todo el mundo la ausencia de fiesta sería aún peor… Así que montaré una gran fiesta y cumpliré mis cuarenta añitos como una niña mayor, sin quejarme, como si no cambiase nada. No he dicho nada, estoy súper contenta de cumplir cuarenta y mi sonrisa no es nada falsa. Ni siquiera un poquito. Para nada. 



                                                                                                                     Fanny Beaudoin

No hay comentarios:

Publicar un comentario