viernes, 25 de enero de 2019

Sanación

A veces recuerdo aquellos amaneceres en los que, con la excusa de cazar, nos perdíamos en el bosque. Nos deleitábamos con esa naturaleza detenida antes de que reiniciara su ciclo diario. Nos quitábamos los guantes para ir acariciando los húmedos helechos mientras buscábamos alguna presa despistada. Disfrutaba con  el silencio, las miradas y algún leve gesto eran suficientes para saber la vereda a tomar o si respetaríamos la vida a cualquier pequeño animal que se cruzara en nuestro camino.  Pasado un rato, si no teníamos suerte, llegábamos hasta el río con el arco al hombro en busca de peces grandes o de algo que recolectar para no volver a la aldea con las manos vacías. Al regreso el sol, ya no tan incipiente,  nos sacaba del ritual volviéndonos charlatanes y bromistas. Tú me imitabas tartamudeando delante de la hija del panadero y yo te llamaba gallina por no ser capaz de hablarle claro a tu prima. Luego hacíamos planes y nos contábamos las mismas cosas de diferentes maneras para seguir disfrutando al narrarlas o al escucharlas. Eras mi mejor amigo, de eso estoy convencido.