Cuando apareciste engendré una ternura que me forzó a amarte. Parecías tan inocente como tantos otros; criaturas desamparadas forzadas a existir. Resultabas patético en tu ignorancia. Me observabas con ojos desconcertados, turbado por mi fuerza, venerándome con una pasión que no había conocido hasta entonces. Fue admirable ver como, poco a poco, te crecías ante las adversidades que implicaban mis enigmas. La indefensión de tus primeros días se transformó en fuerza y determinación que afianzaron tus pasos. Nos aliamos en una relación que prometía durar eternamente.