martes, 14 de enero de 2020

La llegada de Cintia


Yo era una niña feliz, con ilusión, sueños… Y todo lo que corresponde a una criatura de once años. Los madrugones para ir al colegio no me importaban, me gustaba ir a las clases. Me resultaban siempre interesantes y luego, al volver a casa, siempre comentaba con mamá lo aprendido. Mamá no pudo ir al colegio y a mí me gustaba enseñarle lo que yo aprendía. Era un intercambio de conocimientos: ella me enseñaba a bordar, tejer, planchar, cuidar las plantas, hacer comida y yo a que supiera sumar, restar, leer un libro y conocer algo de historia. 

Todo fue bien hasta el día que mamá se levantó vomitando sin parar. Yo traté de ayudarla con una infusión y un poco de limón con agua, pero todo era inútil. Mamá no cesaba de dar arcadas y yo por primera vez falté al colegio. Estaba desesperada, no sabía qué hacer y tampoco cómo remediar su mal, así que permanecí a su lado acariciando su ondulado cabello mientras ella no paraba de arrojar aquella cosa amarilla. Entonces ella me miró con aquellos ojos verdes enrojecidos por el esfuerzo, cogió una de mis manos entre la suya y me preguntó:

– ¿Te gustaría tener un hermanito? 

Aquella pregunta me desconcertó. Casi todos los niños y niñas del barrio y de la escuela tenían hermanos y hermanas pero yo nunca eché en falta uno. Si me apetecía jugar con alguien con salir a la calle me bastaba, siempre había alguien con quien compartir juegos. En casa mis tareas escolares y mis aprendizajes con mamá ocupaban todo mi tiempo. Además, estaba papá siempre con ganas de jugar conmigo cuando volvía del trabajo o hacíamos alguna excursión al campo. ¡No! ¡Nunca eché en falta un hermano! Así que… ¿A qué venía aquella pregunta?

- ¿Para qué quiero un hermano? Os tengo a ti y a papá, estamos bien así. 

Entonces mamá llorando dijo:

-Pues creo que vas a tener uno.
- ¿Qué…? ¿Un hermano? ¿Y cómo lo sabes?
- ¡Los vómitos! Cuando tú ibas a nacer también los padecí.

¡Así que era eso! ¡Mamá estaba embarazada! Todo mi mundo se derrumbaba, ahora tendría que compartir a mis padres con un bebé apestoso, calvo y llorón que no me dejaría dormir. Nunca antes había experimentado aquel sentimiento que ahora me invadía. ¡Odio! Sí, odié a Cintia desde el primer momento que supe que existía. Por supuesto no dije a nadie lo que aquella criatura que crecía sin parar en el vientre de mamá me hacía sentir, aunque me volví más callada y también más solitaria. Mamá ya no cantaba, ni tenía ganas de enseñarme nuevos bordados. Ahora el poco tiempo que pasaba sin nauseas lo dedicaba a hacer ropita para el bebé.

Todo cambió con el nacimiento de la pequeña. Papá volvió del hospital y me abrazó llorando. Yo temí lo peor.

Mamá estaba en la cocina cuando rompió aguas, yo la miraba asustada mientras ella me solicitó que le trajera una toalla del baño. Tras cumplir su encargo avisé a Cándida, una vecina que fue la que se encargó de llevar a mi madre al hospital y también de llamar a mi padre. Quiso que yo me fuera a su casa pero yo me negué, quería estar sola, no se fueran a dar cuenta de mis sentimientos que cada vez eran más odiosos. Aquella criatura que tanto daño hacía a mamá a mí me resultaba cada vez más repulsiva.

- ¿Por qué lloras? -pregunté a papá.
- Es la pequeña, ha nacido con una deformidad congénita.
- ¿Eso qué es? 
- Su corazón padece dextrocardia, está desviado hacia el lado derecho y posiblemente su vida será corta.

Permanecí callada, aquello podía ser la solución a mi problema. Mi egoísmo me impedía ver el sufrimiento de mi padre. Yo no podía comprender que estuviera destrozado por una niña que acababa de nacer. ¡Una niña! Mi hermana, era la primera vez que pensé en aquel bebé como algo mío… Mi hermana…

- ¿Puedo ir a verla? 
- ¿Quieres conocerla? -asentí con la cabeza y aquella misma tarde papá me llevó a conocer a Cintia.

Cuando me acerqué al cristal que aislaba la incubadora donde estaba la pequeña, un temblor irrefrenable se apoderó de todo mi cuerpo. Aquella pequeña criatura con cables y máscara era mi hermana, que ya desde el primer momento de vida estaba padeciendo. Y… no era calva, tenía mucho pelo. Pelo que le habían rapado en las sienes para ponerle aquellos cables. ¡Pobre Cintia! Sentí como dos lagrimones rodaban por mi mejilla al tiempo que desaparecía de mí aquel sentimiento de odio que todos aquellos meses había sido mi compañero. 


Yo tenía trece años y Cintia dos. En casa todo giraba en torno a la pequeña. Los continuos cuidados de todos, las innumerables visitas al hospital… Todo eso acarreó muchos gastos y la economía familiar era cada vez más precaria. Sólo habían pasado dos años del nacimiento de Cintia y parecía una eternidad. Un día mamá me sugirió que yo podría dejar el colegio y buscar un trabajo para aportar algo en casa. Ella podría coger alguna casa para limpiar por horas y yo me quedaría cuidando a la pequeña, pero eso sería mucha responsabilidad y no le parecía bien cargarme con ella. Era mejor que yo cogiera un trabajo. Yo le dije que pronto se acababa el curso y podría buscarme algo para entonces.

Fue fácil encontrar un trabajo a mi medida. Bella, la farmacéutica del barrio, necesitaba una niñera para que se ocupara de sus hijos durante el verano. 

Era julio y yo entré como niñera en casa de doña Bella. Una mujer tan hermosa como su nombre indicaba, nunca la verías con un mal gesto o una mala cara. Sus ademanes refinados eran de una autentica reina. 

Los hijos de Bella eran dos criaturas adorables, educados, cariñosos, guapos y sobre todo llenos de vida. Alexia estaba continuamente riendo. Su cara reflejaba toda la salud de la que carecía Cintia. Víctor, aunque era más serio, emanaba ternura y cordialidad. El estar con ellos me hizo ver aún más la debilidad de mi pobre hermana y ahora mi odio se volvió a despertar. Esta vez hacía la injusticia. Era injusto, sí, muy injusto que la farmacéutica con todas las medicinas tuviera los hijos sanos y mis padres sin recursos para poder comprar todo lo necesario, tuviesen una hija enferma. Los días del verano transcurrieron como en un soplo. Las salidas al parque, al cine y los juegos de mesa ocuparon todo el tiempo estival.

Bella una tarde me dijo que si quería seguir por las tardes con los niños y ayudarles en las tareas. Creo que más que por ellos lo hizo por mí, para que continuara con mi pequeña aportación en casa. Acepté sin ni siquiera preguntar en casa. Sabía de antemano que no me iban a impedir hacerlo.

Mí carácter ya no era como antes, se volvió desconfiado y reservado. Había pasado de golpe de niña a adulta responsable, de niña egoísta a hermana sumamente preocupada por la salud de Cintia.

Ya no importaba mi futuro, solamente conseguir dinero para que nada le faltara a la peque.

Araceli Ruiz


16 comentarios:

  1. Una estupenda historia de superación que tiene tu inconfundible emblema personal. Enhorabuena, Araceli

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    1. Muchas gracias, me hace mucha ilusión que te guste mi relato.

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    2. Me siento muy feliz por tu comentario. Gracias.

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  3. Muchas gracias Rosi, tu siempre tan cariñosa.un beso

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  4. Una buena historia para refexionar lo injusta que puede ser la vida y al mismo tiempo,una historia muy tierna

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    1. Gracias,es un honor para mí,que un pequeño relato sirva para hacer reflexionar.

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  5. Preciosa historia, como todas las que hasta ahora has escrito.
    Un beso.

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  6. Un relato muy bonito y muy real , enhorabuena Araceli , sigue así, besitos

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  7. Me a gustado mucho una historia triste q me ha emocionado es corta pero muy intensa ,y es como la vida misma con sus sabores dulces y amargos está en nuestras manos q eso es lo q nos hace crecer
    Enhorabuena

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    1. Es un honor para mí que, un relato mio pueda emocionar. Muchas gracias.

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  8. Un bonito relato, y una agradable sorpresa descubrir a una escritora en la familia.

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  9. Buenas noches ángel, revisando el blog he visto tu comentario a mi relato. Muchas gracias un abrazo

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