lunes, 18 de enero de 2016

Memento mori

  Rocío Verdejo - Quietud 1, 2008 (Cantos Rodados. MAD Antequera 24 marzo/ 14 junio 2015)

Sus piernas,  brazos, tronco, todo su cuerpo está cada vez más pesado. Sus párpados también, cada vez más pesados Ya no puede evitar cerrar sus ojos. Pero es una sensación agradable, liberadora, que le permitirá concentrarse en sí misma, vivir el momento, ese instante de paz y sosiego que todos merecemos.

Ya me olvidaba, ayer se acabó el amoníaco y el detergente de la lavadora. ¿Es mañana o es pasado cuando debo recoger la chaqueta de la tintorería? Será mejor que lo haga a la vuelta de la guardería. No sé dónde he puesto el resguardo. Tampoco queda leche. ¡Joder, siempre tengo que ser yo quien esté pendiente de todo!

Una sensación refrescante, como de una brisa marina, recorre ahora todo su ser, comenzando por su frente...

Le dije que fuese vestido más informal pero él insistió: que no, que no. Y las manchas no le salen. Y soy yo quien tiene que recogerla. Su madre no me puede ver, ni yo a ella.

Cada vez se encuentra más relajada.

Bueno, tampoco es eso. Pero no sé por qué siempre tiene que poner faltas a todo lo que hago, a todo lo que digo. ¿De qué me quejo? La mía es igual.

Que si era un regalo de su madre. ¡Y eso a mí qué me importa! Total para el caso que me hace. Este verano deberíamos irnos a un hotel, estoy harta del apartamento de la playa y por lo que nos cuesta bien podríamos variar.

Nota su rostro relajado, tan solo un pensamiento positivo de unión con el universo.

Una vez estuvimos a punto de contratar un crucero, pero no.

Aún permanecemos con los ojos cerrados. Comenzamos a mover ligeramente la mano derecha, el brazo derecho...

Bueno, se acabó. Hacía siglos que no me daba un baño, un cálido y reconfortante baño; con sales, con burbujitas, con una copa de cava. La próxima vez no pondré a este petardo, mejor  algo de ópera en el equipo del salón. Lo suficientemente alta para que llegue bien hasta aquí. Olvidándome, por un instante, de que el piso tiene los tabiques de papel y que soy yo quien protesta siempre por el volumen del heavy de los vecinos. Ahora mismo me imagino la voz del barítono desvaneciéndose y a la hija de Polonio interviniendo. Y yo comienzo a cantar al mismo tiempo que la soprano lo hace en mi cabeza.  

Las yemas de mis dedos comienzan a arrugarse. Me sirvo una tercera copa. Un pequeño sorbo. Suelto la copa y sumerjo parte de la cabeza: la nariz, la boca, los ojos no. El pelo flota sobre mis hombros y pecho. Mi pie derecho juega con la espuma, abriendo surcos con la punta de los dedos y deshaciéndolos inmediatamente con la misma suavidad con la que los crea.

Quién diría que fui yo quién habló de prescindir de la bañera, de sustituirla.

- ¿Para qué quitarla? -me dijo-. Aquí hay sitio de sobra para el plato de ducha.

Y no tuvo que insistir para convencerme. Ahora me alegro.

                                                                                                                     Rafael Ruiz

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