martes, 20 de junio de 2017

El multiplicador de panes y peces


Soy acojonante, la verdad. Un hacha, un fiera, el puto amo…

Intento acompasar la respiración mirando cómo me tiemblan las manos mientras aquí sentado, en el váter de este baño del Palacio de Deportes, escucho apagarse los gritos de la marabunta entusiasta desalojando el recinto. Como si los vomitara.

Al igual que el edificio, yo también siento la náusea alojada en la garganta por esa euforia que hace unos minutos me elevaba a diez metros sobre el suelo. Y sé que tengo que tranquilizarme. No puedo bajar la guardia ni siquiera un instante. No ahora que he llegado hasta aquí.

Repaso algunos momentos del discurso y siento el vello erizado en cada recuerdo.

 A pesar de los años, me sigue asombrando la facilidad con la que funciona la táctica. “Promete construir un puente aunque no haya río”, me recomendaron el primer día y no lo olvidé.

Analizo en este momento de soledad los pensamientos que me guían en cada mitin, cuando subido en la tribuna intento hilvanar las palabras para conectar con los asistentes. Para mí es sencillo porque siempre tuve, como suele decirse, mucha labia aunque creo que en lo que soy realmente infalible es haciendo sinécdoques. “Lo que queremos el pueblo, es que se nos escucheeeee”, “la gente exigimooosss ...” , y ponga usted el etcétera.  Lo fundamental es saber lanzar la idea y dejar que el personal piense que se les ha ocurrido a ellos. Nosotros somos el pueblo, no los que están fuera; nosotros somos la gente, no los que votan a otros. La parte por el todo, aunque en alguna plaza estuviéramos a veces cuatro gatos.

En noches como esta, cuando los banderines centellean bajo el clamor ensordecedor empujado por las modulaciones de mis cuerdas vocales y descubro en sus ojos la convicción de que quieren que sea el guía y vigía de sus destinos, es cuando siento lo de la levitación y todo lo demás. En sentido figurado, claro está pero sin que ello le reste ni un mínimo de intensidad a la experiencia porque, desde luego, no hay enganche más fuerte que el del poder. Eso lo sabe cualquier mindundi que haya tenido un carguillo.

Y yo me aficioné cuando repartía chapas en la universidad para el Sindicato de Estudiantes y por mis muertos que me van a tener que sacar con los pies por delante de este negocio. Con la mierda que he tenido que tragar: el peloteo al jefe de turno mientras vas escalando posiciones, la cordialidad permanente incluso con los más cabrones porque no sabes si mañana tendrás que sobarles el hombro para darle de comer a tus hijos, no señalarse mucho para no quemarse pero tampoco despistarse un segundo en el que puedas perder tu lugar en la foto… ¡Qué estrés!

 Además, últimamente, todo el mundo dando la tabarra con la palabreja esa de la posverdad. Que si es tratar de influir en la opinión pública a través de las creencias personales y los sentimientos, que si los datos objetivos no importan, que es una manipulación basada en falsedades… ¡Joder, pero si eso ha existido desde siempre! Para ganarte al personal utilizas lo que tienes a tu alcance. ¿Qué más da lo que digas? ¿Qué más da que digas que ha pasado aunque no haya pasado? De lo que se trata es de que parezca que es cierto. Si de todas formas te van a creer porque es lo que quieren oír. Y al final todo el mundo sabe que nunca pasa nada. Yo el primero que soy perro viejo.

¿Quién quiere cambiar el mundo a estas alturas? Por supuesto que hay veces que hasta a mí me repugna tener que hacer o decir algunas cosas pero con lo que cuesta mantenerse en esta profesión, como para meternos ahora en temas éticos y coñazos metafísicos.

Escucho a mi equipo afuera haciendo ruido deliberadamente para que salga. Así es mi día a día. Un tiempo para leer periódicos, un tiempo para estudiar respuestas, un tiempo para mear… Para que luego digan que somos todos unos zánganos.

Mientras me lavo las manos, viene otra vez a mí, 1984, la obra de Orwell. Últimamente no me la puedo quitar de la cabeza. ¡Qué talento el de ese hombre! Describir en los años cuarenta una sociedad que borda el sistema actual: el control omnipresente del Estado, la invención de la neolengua como método de represión, la reescritura de la historia al antojo del que manda… En fin, un genio.

Lo del control omnipresente ya está más que conseguido con las redes sociales e internet porque hasta yo puedo saber en unos minutos la marca de yogures que toma el ministro búlgaro. Lo de la reescritura no hay nada más que ver lo que pasa con los libros de texto, que pronto Colón habrá partido sin sonrojo del Puerto de Mataró. En lo que estamos más atrasados es en la reinvención de las palabras aunque con lo de “fascista” vamos bien.

Mi imagen en el espejo me persigue hasta que alcanzo la puerta. Ya estoy listo para salir a batallar de nuevo. Y mira ahora por donde se me está antojando una mariscada...


                                                                                                   Mª José Amador Montaño

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