miércoles, 2 de febrero de 2022

Érase que era la hojita viajera

Un cuento de Carmen María Herrera

 

Había una vez una hojita que tenía todo lo que se puede pedir para ser feliz. Vivía en la copa de un hermoso peral rodeada por cientos de compañeras que pasaban el día bromeando alegremente pero ella siempre estaba triste y alicaída, y cuando le preguntaban qué era lo que le pasaba, contestaba que se sentían prisionera y que no se resignaba a la idea de tener que permanecer durante toda su vida unida a la rama que la había visto nacer, porque ella era una hojita viajera y deseaba sobre todas las cosas conocer otros países.

La pequeña pasaba el día pendiente de lo que ocurría allá abajo, en el suelo, donde creía que todo era maravilloso. Imaginaba que los animales que pasaban por allí la llamaban y le decían: “Ven hojita, ven, que aquí te divertirás mucho”. Por lo que un día, no queriendo prolongar más esa situación, pidió al peral que la dejara marchar. El buen árbol intentó convencerla de que lo que pretendía era una locura pero cuando ella, muy seria, le aseguró que prefería estar muerta a permanecer prisionera aunque solo fuera un día más, no tuvo más remedio que ceder. Después, recomendándole que tuviera mucho cuidado y deseándole que fuera feliz en su nueva vida, se despidió de ella pidiendo a un pajarito que cortara el tallito que los mantenía unidos.

Hecho esto, la hoja sintió que ese estremecía y empezó a caer lentamente hasta llegar al suelo. “¡Bien!”, se dijo, felizmente acomodaba entre húmedos tallos de hierba. “¡Por fin comenzaré a divertirme!”

Pero el tiempo pasaba sin que ocurriera nada especial. Allí tendida solo podía mirar hacia arriba por lo que se distrajo observando el vuelo de los pájaros y lanzando un suspiro exclamó desesperada: “¡Ojalá pudiera ser como ellos para viajar por el aire!”

Esto lo dijo con un tono tan dramático que un vientecillo bromista que pasaba por allí decidió concederle el deseo y se puso a soplar muy, muy fuerte, ¡uh, uh, uh! Soplaba y soplaba, levantando a la hojita del suelo, subiéndola muy alto, como si fuera una cometa.

—Más, más, más… —gritaba entusiasmada—. ¡Nada en este mundo puede ser mejor que esto! Creo que a partir de ahora seré pájaro y no bajaré jamás a la tierra.

Pero al rato de estar subiendo y bajando, mareada por unos giros bastante rápidos, la cosa ya no resultaba tan divertida. Y estaba planteándose cómo pedir al viento, sin herir sus sentimientos, que la depositara de nuevo en la tierra pues cualquier cosa sería mejor que continuar con ese ajetreado ir y venir, cuando vio acercarse, surcando el cielo, una inmensa nube plateada.

—¡Por el gran peral! —exclamó—. ¡Jamás vi nada más bonito! Me consideraría muy afortunada si pudiera, aunque solo fuera por unos instantes, acercarme a ella.

La nube, que había oído el comentario de la pequeña, se sintió muy halagada y como estaba harta de viajar sola, no dudó en invitarla a que la acompañara durante un trecho del camino, asegurándole que se sentiría muy honrada con su compañía. La hojita aceptó encantada y tras agradecer al viento lo amable que había sido con ella, se acomodó en la nube y agarrada fuertemente a uno de sus bordes, se dispuso a disfrutar de todo lo que divisaba desde allí arriba. 

Todo llamaba la atención de la pequeña viajera que entusiasmada daba grititos sin parar, admirada por lo que veía. Para ella que no había conocido nada mas allá de la alameda donde había nacido, todo era novedoso, maravilloso y digno de admiración.

Juntas viajaron durante varios días y la hojita, gracias a su amable compañera, descubrió muchas cosas interesantes: sobrevolaron montañas cubiertas de nieve, manadas de animales que nunca había visto, ciudades, ríos y mares. 

Todo fue perfecto durante un tiempo pero, poco a poco, la hojita dejó de reír y pasaba los días tendida, cabizbaja, sin ni siquiera prestar atención a los lugares por los que iban pasando, hasta que un día, no pudiendo soportarlo más, confesó a la nube que estaba muy triste porque echaba de menos a su padre el peral y la compañía de sus hermanas. Ahora que los había perdido para siempre, dijo, se daba cuenta de lo injusta y egoísta que había sido con ellos. 

Entonces empezó a llorar, lloró y lloró durante mucho rato, hasta que se quedó profundamente dormida. Lo que no sabía es que la nube, que ya había adivinado lo que le estaba pasando, hacía muchos días que había iniciado el camino de regreso y que a lo lejos se divisaba la añorada alameda. Cuando llegaron, la nube se situó justo encima del Peral y, con mucho cuidado, ayudada por el viento y el pajarito, colocaron a nuestra amiguita, aún dormida, justo en la rama que la había visto nacer, asegurándola con un pegotito de resina. 

A la mañana siguiente, cuando despertó, creyó que todo había sido un sueño pero sus hermanas, que esperaban impacientes, comenzaron a hacerle preguntas, deseosas de saber todo lo que había vivido. Cada día tenía que contar las peripecias del viaje y así fueron pasando las semanas y los meses, y todas las hojitas se fueron volviendo de un color dorado precioso. 

Hasta que un día el peral dio una gran sacudida y todas las hojitas se desprendieron de las ramas alejándose alegremente en busca de aventuras, pero nuestra hojita viajera que estaba muy contenta de estar en casa, se agarró fuertemente a la rama. Consideraba que ya había tenido suficientes acontecimientos en su vida y decidió quedarse allí, acompañando a su padre para que no se sintiera solo.

Carmen María Herrera

 

 

1 comentario:

  1. Carmen Mari, me encanta este cuento tan lleno de delicadeza. Leerlo, además de ser un placer, despierta a la niña que llevamos dentro.

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