Aquella mañana acompañaba a P. y a R. en aquel viejo claustro, que nos protegía del sol de agosto, de las oleadas de luz intensa. De ese cielo azul que nos aplasta, bajo el que no somos nada. Alcé la vista. Aminoré el paso. Te miré.
En aquel claustro que nadie entendía por qué se mantenía en pie, que semejaba el ensamblado esqueleto de un gigantesco monstruo -sólidas pilastras sobre un frágil equilibrio-, en aquel claustro hablamos durante unos instantes. "Parece una novela", dijiste.
Hablaste en voz baja y los dos miramos el oscuro pasillo que se abría a la derecha, el pasadizo que se adentraba en las entrañas del monstruo. "Tienes que irte, ¿no?". Me despedí de ti y caminé por aquella garganta que me engullía y me vomitaba continuamente. P. y R. se habían marchado.
"Parece una novela". Personajes que van y vienen, que se encuentran y hablan. Que en ocasiones comprenden. Miré hacia atrás. La luz de agosto abrasaba las sombras del pasadizo.
Salvador Rivas
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