El sudor corría ávido por abandonar la frente recalentada, goteando desde la punta de la nariz y de la barbilla, salpicando la pantalla del teléfono nuevo. ¡Maldita la hora en la que aceptó retirar el otro! Llevaba poco más de cinco años con él y no había tenido un solo problema. Tan pequeño de tamaño, con unos números enormes, ¿para qué más? Funcionaba perfectamente pero se empeñaron en que tenía que ser un abuelo 3.0. ¡¿Qué puñetas querría decir aquello?! Y se presentaron con aquel paquete: un smartphone.
Demasiadas horas empleadas, propias y ajenas, para procurar aprender los elementos más básicos del aparato nuevo. Ya no bastaba con encender, apagar, hacer llamadas, recibirlas. También tendría que utilizar el whatsapp. Y más adelante le mostrarían otras aplicaciones muy útiles.
¿Hasta dónde llegaría el atrevimiento de su prole y de los vástagos de esta? ¿Acaso no se daban cuenta de que aquello quedaba algo lejos de los intereses de un septuagenario? Al menos de uno como este. Y lo que más le fastidiaba, ahora tendría que llevar las gafas siempre encima, con el otro no las necesitaba.
Un pitido. El control rutinario repetido a intervalos variables a lo largo del día. A veces era una llamada, lo prefería así, pero ellos estaban muy ocupados y solían utilizar los mensajes. Lo que para la juventud era un instante podía convertirse en una eternidad para alguien mayor con la vista deteriorada, ¿tan difícil era de comprender?
Un nuevo pitido y tal vez otro. Con insistencia. Con apremio. Si no contestaba pronto habría una llamada evidenciando preocupación y eso sí que no estaba dispuesto a que sucediese. Tras encender el aparato, localizar el programa y abrirlo, estaba allí, ante aquella máquina infernal que se adelantaba a mostrar sus pensamientos, retorciéndolos, alterándolos, escribiendo de forma autónoma sin tenerle en cuenta. Su dedo golpeaba inútilmente el teclado díscolo, aparecido en la pantalla, incapaz de cumplir con su obligación de actuar de mediador. Cómo que cantando en la ducha. No, ¡cansado en la lucha! No quería tampoco escribir que se hallaba sufriendo en el castillo sino en el castigo de tener que dar cuentas a través del whatsapp de dónde se hallaba o qué estaba haciendo a cada momento. Prefería prescindir de sutilezas para dejar claro al hijo y a la nuera que aquello no estaba hecho para él. Conservaba el móvil anterior con la excusa de que había sido el último regalo de su difunta esposa. Cierto, pero con la esperanza también de volver a él lo antes posible.
Le habían dicho que llevase el teléfono nuevo siempre encima, bien guardado, no fuese a perderlo o a que se lo robasen."Ya se sabe en estos tiempos cómo están las cosas. Y usted es muy confiado, abuelo". Esas fueron las palabras de la nuera cuando se lo entregaron el día de su cumpleaños.
Entró en el vestuario, se desnudó, y sacando el móvil del bolsillo del pantalón lo trasladó al del bañador y cerró la cremallera. Lo tenía claro, no lo perdería ni daría opción a que se lo robasen.
Rafael Ruiz
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