Jamás me acostumbraré a vivir sabiendo que, en cualquier momento, todo puede derrumbarse a mí alrededor porque después sería como estar muerto, sin futuro, sin sueños, sin ilusiones, sin ella.
1
Todo empezó a complicarse poco tiempo después de que mi socio y buen amigo Fermín se largara sin dar razón de su destino -según él- para no regresar jamás. Me encontraba en el despacho intentando solucionar algunos asuntos pendientes que me había encomendado antes de partir, cuando recibí una llamada de su esposa, Elisa, para avisarme de que estaba en la comisaría de policía.
— ¡Julio, esto es de locos! –dijo muy alterada–. Parece ser que hay una denuncia relacionada con el viaje de Fermín.
-¡No, que no tengo ni idea! -respondió impaciente cuando le pedí que me contara de qué iba el asunto-. ¡Qué puedo saber sobre eso! -me gritó (algo inusual en ella) desde el otro extremo de la línea. El tono de su voz era desesperado y estaba tan confundida que tuve que repetirle varias veces que llegaría enseguida para hacerme cargo de todo. A continuación le pedí que pasara el teléfono a alguien y se puso un sargento que me informó de que no se trataba de nada grave.
-De momento únicamente recabar información referente al viaje del señor Fermín Morales -me informó amablemente –aunque teniendo en cuenta el estado de ánimo en el que se encuentra la señora, no le vendría mal contar con alguien de su confianza al lado.
A mi pregunta de si sería conveniente llamar a un abogado respondió que hiciera lo que considerara más oportuno pero que todo se reduciría a responder ciertas preguntas relacionadas con el marido y poco más.
-Nada de importancia -concluyó-. Será cuestión de pocos minutos y podrá irse tranquilamente a su casa.
Lo dejé todo. Afortunadamente, la comisaría se encontraba bastante cerca y no tardé nada en llegar; el sargento con el que había hablado por teléfono me informó de que Elisa ya estaba reunida con el comisario y me acompañó hasta el despacho donde se encontraban.
-Fermín tiene que estar muerto, señor comisario, ¡muerto! -repetía una morenaza imponente que gesticulaba aparatosamente con el maquillaje descompuesto y el rímel recorriéndole las mejillas en forma de lágrimas negras.
-Él jamás se hubiera ido sin mí porque me adoraba. ¡Investíguelo, señor! ¡Pregunte a quien quiera! Infórmese y verá cómo tengo razón. ¡Exijo que se indague el asunto! -pedía casi a gritos una pretendida amante de Fermín.
-Observe, señor comisario, quién está aquí, preocupada por lo que puede haberle sucedido a su amorcito lindo y considere que de no ser por mí la esposa seguiría tranquilamente en su casa... Pero yo me encargaré de que el asunto no caiga en el olvido. Si es necesario acudiré a la prensa, iré a la televisión, me haré oír en todos los medios y no pararé de hacer ruido hasta que consiga dar con su paradero.
La chica retomaba la cantinela intermitentemente, hipidos y sollozos agitaban la exuberante pechera poniendo a prueba unos botones diminutos que cerraban, trabajosamente, su ajustada blusa de batista casi transparente… Mientras tanto, en el otro extremo del despacho, Elisa, pequeña y extremadamente pálida, aguantaba el espectáculo lo mejor que podía y a pesar de lo humillante que debió resultar para ella esa situación, consiguió mantener la compostura hasta que el comisario le indicó que se acercara.
-En primer lugar -dijo el magistrado- tengo que indicarle que no está obligada a responder a ninguna de mis preguntas y que puede marcharse de aquí, si así lo desea. También quiero aclarar que, aunque haya interpuesta una denuncia por la supuesta desaparición del señor Morales, solo pretendo despejar ciertas dudas relacionadas con su marido para concretar si está justificado o no poner en marcha una investigación -Elisa respondió que había entendido perfectamente y que respondería a lo que fuera con tal de zanjar definitivamente un asunto que era tan triste como desagradable.
A la pregunta de si el matrimonio tenía problemas, Elisa contestó que ninguno capaz de justificar una partida tan extraña. Aseguró que estaba convencida de que su marido la amaba pero que a pesar de eso no había conseguido retenerlo. Y cuando quisieron saber si consideraba posible que su esposo mantuviera relaciones amorosas fuera del matrimonio, no lo negó. Completamente deshecha y sin fuerzas para continuar, me señaló a mí asegurando que era la persona más idónea para aclarar cualquier duda relacionada con Fermín porque había sido su socio en todos los negocios, amigo íntimo y la única persona capaz de explicar aquel embrollo.
Entretanto, la amante que pesar de lo aparatoso de su actitud parecía estar verdaderamente afectada -ya fuera por amor o desengaño- no paraba de interrumpir poniendo en tela de juicio las declaraciones de Elisa en lo referente a que Fermín se había marchado por voluntad propia, y desmintiendo que el marido la hubiera dejado atrás porque deseara iniciar en soledad una vida nueva.
–¡No se deje engañar por la mosquita muerta, señor comisario! -gritaba la joven sacando pecho en su intento por acaparar la atención–. Si no hay nada más que verla –señaló con tono despectivo, refiriéndose a Elisa– para entender que Fermín se aburriera con ella y prefiriera estar conmigo.
Y eso fue lo último que le oímos decir porque le indicaron que abandonara el despacho y se la llevaron llorando por el pasillo.
2
De este modo me vi involucrado en la supuesta desaparición de Fermín que no había sido precipitada como aseguraba su despechada amante y así lo declaré ante las autoridades. Afortunadamente, eran muchas las personas que estaban al tanto de que habíamos deshecho nuestra sociedad, tiempo atrás, de mutuo acuerdo y en la mayor de las armonías. También confirmaban mi declaración las transferencias periódicas de capital que mi socio había ido derivando a cuentas en un país del Caribe. Por suerte, pude aportar como prueba una carta escrita por Fermín en la que me informaba de las medidas que había dispuesto para dejar cubiertas todas las necesidades presentes y futuras de su mujer. Y me pedía, apelando a nuestra amistad, que la cuidara, protegiera y consolara, dentro de lo posible. Aseguraba que Elisa era una esposa magnífica que jamás le había dado motivos de queja y aclaraba que la dejaba atrás, únicamente, porque deseaba, sobre todas las cosas, emprender en soledad una vida nueva.
La misiva, que se extendía en reconocimientos a la amistad que nos unió durante años y temas relacionados con negocios que habíamos dirigidos conjuntamente, coincidía en los aspectos personales con todo lo que Elisa había declarado, validando su contenido. Por otra parte, en el escrito no se encontraron indicios de que tuviera intención de marcharse acompañado.
Por último, cuando poco después comenzaron a registrarse movimientos de dinero en las cuentas del extranjero la policía dio por zanjado el asunto. La apenada amante no tuvo más remedio que aceptarlo y pronto halló consuelo en los brazos de un empresario bastante mayor que ella, casado y padre de cuatro hijos.
3
Elisa tardó bastante más en recomponer sus emociones; mientras duró el proceso permanecí a su lado incondicionalmente y, poco a poco, sus sentimientos respecto a mí fueron variando de la confianza a la amistad y del afecto al amor hasta que tuve la buena fortuna de que aceptara compartir la vida conmigo porque la amaba en silencio desde hacía años y ella es maravillosa, una compañera entrañable, amable, sensible y muy cariñosa, hasta que algo o alguien trae a colación el tema de Fermín. En esas ocasiones, muy de tarde en tarde afortunadamente, algo extraño sucede y ella, crispada, con la mirada extraviada y un gesto que no es el suyo, me increpa con acusaciones hirientes. Sin importarle quién pueda estar presente, me humilla con los calificativos más ofensivos tachándome de infame, hipócrita y ruin. No se lo tengo en cuenta porque entiendo que son producto del dolor y la decepción, mudados en rencor: no ha conseguido superar la pérdida de Fermín y el amor que sentía por él permanece intacto en su corazón, aunque me pese. Durante esos momentos de desvarío, dominada por la furia se deja arrastrar por una rabia incontrolable que crece y crece en intensidad hasta que algo pasa en su mente. Entonces, extrañada, como si no supiera lo que ocurre se queda callada y me mira pensativa. Yo me acerco a ella, la abrazo y la consuelo hasta que extenuada se queda dormida…
Pienso que Elisa y yo callamos muchos sentimientos y cuestiones que podrían llegar a ser determinantes en nuestra relación; lo hacemos porque nos queremos y para proteger nuestra convivencia: ella nunca me habla de Fermín porque sabe lo mucho que me hiere su recuerdo. Y yo le oculto todo lo relacionado con una conversación que mantuvimos él y yo poco antes de nuestra triste despedida… Aquella noche acababa de coger el sueño cuando sonó el teléfono. Extrañado por lo intempestivo de la hora, miré el número reflejado en el receptor y me sorprendió comprobar que se trataba de Fermín. Nada más comenzar a hablar me alertó el tono de su voz, inusualmente serio… Mi amigo, que siempre tuvo mucha intuición y habilidad para los negocios, en otros aspectos de la vida era francamente inmaduro y fantasioso: un Peter Pan seductor que imaginaba la existencia como una aventura perpetua y hablaba de liquidar nuestra sociedad para irse a vivir en una paradisiaca isla del Pacífico. Aunque siempre habíamos tratado el tema en plan de broma, supe lo importante que era para él un par de meses atrás, cuando me ofreció, a un precio muy ventajoso, todas sus acciones de la empresa.
-Tú verás si te interesan o no –dijo–, no pretendo forzarte pero estoy decidido a salir de ellas y quiero acabar con el asunto lo más pronto posible.
Intenté razonar con él y para convencerlo me ofrecí a llevar solo el negocio hasta que quisiera retomarlo de nuevo, pero todo fue inútil. Por último, cuando entendí que su decisión de vender era irrevocable, acepté el trato.
Intenté razonar con él y para convencerlo me ofrecí a llevar solo el negocio hasta que quisiera retomarlo de nuevo, pero todo fue inútil. Por último, cuando entendí que su decisión de vender era irrevocable, acepté el trato.
A pesar de la venta de acciones y de todas las veces que me había contado sus planes de futuro -planes en los que por cierto jamás incluía a mi adorada Elisa-, Fermín me sorprendió aquella noche pidiéndome que lo llevara al aeropuerto. Se marchaba definitivamente, su vuelo salía a primera hora de la mañana y quería que yo estuviera a su lado hasta el último momento.
–De ese modo –añadió- tendremos tiempo para despedirnos y tratar en profundidad algunos temas personales, de los que ya te pongo al tanto en una carta que recibirás dentro de un par de días.
A la hora prevista, aparqué el vehículo en la pequeña explanada rodeada de abetos que me había indicado Fermín. Apagué las luces y durante mucho rato aguardé su llegada en vano. Mi amigo no apareció ni llamó para dar explicaciones y cuando calculé que ya no podíamos esperar más si queríamos llegar con tiempo al aeropuerto, me dirigí a la casa.
4
No se veía a nadie por los alrededores de la vivienda, la noche era muy oscura y me sirvió de guía una franja luminosa que delimitaba el contorno de la puerta entreabierta. Ordenadas en el porche, un juego de maletas de piel marrón reforzaba sus cerraduras con cinchas de cuero ligadas por brillantes hebillas metálicas. La mayor de ellas, que parecía bastante pesada, estaba volcada con los rodamientos al aire. La casa, extremadamente silenciosa, transmitía una sensación anómala, muy inquietante.
Nada más pasar vi a Fermín tendido en el suelo, boca abajo. Comprobé que estaba muerto y un par de desgarros en las costuras de su chaqueta delataban que habían intentado sujetarlo o retenerlo tirando de ella, enérgicamente. Desde la base del cráneo, un hilito rojo que recorría el cuello ya dibujaba una mancha carmesí en la camisa blanca.
El resto de la habitación mostraba un aspecto limpio y ordenado; no había indicios de que en ella se hubiera producido alguna contienda y desde el otro extremo de la estancia Elisa me contemplaba con una actitud evidentemente sosegada pese al atizador de brasas que sujetaba en la mano. El utensilio, que formaba parte de un juego de enseres para chimeneas, era de bronce y mostraba una mancha oscura en su reluciente bruñido.
Entendiendo que ya no podía hacer nada por Fermín me dispuse a cuidar de su mujer como él me había encomendado. Elisa, que parecía ajena a todo, después de mirar extrañada el atizador, me lo entregó como quien se quita un peso de encima y cuando propuse que tomáramos una infusión salió de aquella habitación rápidamente. Nada más perder de vista el cadáver, perdió el discernimiento y comenzó a comportarse como lo haría una esposa despechada: se quejaba de lo injusto que era todo y llorando amargamente aseguraba que lo quería. Afirmaba que no sabría vivir sin él y me rogaba que llamara a Fermín para decirle que ella lo perdonaba y estaba dispuesta a dejarlo todo para ir con él hasta el fin del mundo
Verdaderamente preocupado por su estabilidad mental, entendí que era urgente conseguir que se calmara por lo que prometí llamar en cuanto se tomara algún tranquilizante y estuviera en la cama. Poco después, ¡por fin !,pude concederme un respiro; durante un buen rato permanecí llorando junto al cadáver de mi amigo. Estaba destrozado pero no tuve más remedio que sobreponerme y tomar una decisión. Cuando acabé con todo ya estaba rayando el día y en el cielo una franja carmesí se desmadejaba en caprichosos filamentos dorados.
5
Elisa despertó aparentemente tranquila, nada más verme quiso saber si había conseguido hablar con Fermín. Esperaba una respuesta y aunque no podía exponerla a la verdad decidí situarla lo más cerca posible de la realidad, diciéndole que lo había hecho y que tendría que hacerse a la idea de que no volvería a verlo jamás. Después, para hacerle menos penosa su situación, inventé que Fermín deseaba que fuera feliz y que la quería mucho, aunque menos que a su libertad.
A partir de entonces permanecí lo más cerca posible de ella, atento a su estado de ánimo y pendiente de sus finanzas. Elisa, que había interpretado la carta que escribió Fermín como una especie de directriz, aceptó que me convirtiera en algo parecido a su tutor, permitiéndome cuidarla y delegando en mis manos todos los asuntos.
6
Ahora mi amor descansa tranquila; más tarde, cuando despierte, lo hará con la mirada serena. No recordará que ha pisado el umbral de su terrible pasado y volverá a ser la más dulce de las mujeres. Mi adorable compañera.
Aunque Elisa jamás ha dicho que me ama yo he sido y soy muy feliz a su lado; nunca, en todo el tiempo que llevamos juntos, he sentido remordimientos por lo que hice aquella noche. No creo que represente ninguna amenaza para la sociedad y puedo asegurar que llevo conviviendo con ella y su atizador muchos años sin experimentar el menor atisbo de aprensión. Pero no he conseguido acostumbrarme a la amenaza constante de que Elisa recuerde. Ni puedo superar el temor a que salga a la luz el secreto que ocultan las azaleas en el extremo más alejado de nuestro jardín, porque tendríamos que separarnos y para mí sería lo mismo que estar muerto, sin proyectos, sin ilusiones, sin ella.
Carmen M. Herrera
Me encanta. Un beso muy fuerte
ResponderEliminarUna maravilla de relato, impredecible, sereno, estructurado, como un buen vino. Una gran historia en unas pocas líneas que no necesitan más. Un final abierto y original de una escena donde se mezcla todo, miedo, ilusión, amor, esperanza, dolor, ilusión... me ha encantado.
ResponderEliminarMe ha gustado mucho. Denso, pero ágil, e impredecible.
ResponderEliminarMe ha encantado
Totalmente impredecible. Me ha gustado mucho.
ResponderEliminarMe ha encantado. Entretenido y fácil de leer. Gracias
ResponderEliminarMe ha gustado mucho, coincido con todos los que opinan,impredicible.
ResponderEliminarSorprende que pueda contarse tan bien uns historia, en un relato tan corto, ha sido un placer leerla, me ha sorprendido el final,
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