Fotograma de la película "El crack cero" |
Ir al cine se ha convertido en un pasatiempo exótico. Primero fue la televisión, después el vídeo y últimamente las plataformas digitales. Esta dura competencia le ha asestado un golpe mortal. Los únicos días en los que acude masivamente el público son los miércoles, día del espectador, y los domingos de invierno para matar las tardes infinitas. Se ha impuesto la moda de ver series para no estar fuera de onda. Los expertos afirman que la calidad de las series es superior a la mayoría de las películas, fundamentándolo en que al emitirse en canales de pago, para atraer al espectador y que estén dispuestos a pagar por su visionado, deben estar mejor realizadas. Otra ventaja de las series, en esta época frenética, es la de poder acomodar su visión al tiempo disponible. Ver un capítulo aprovechando un hueco en lo quehaceres diarios, o una temporada entera en un fin de semana de holganza.
Si deseas asistir a la proyección de una película que no esté producida por Hollywood, la cosa se complica. De la última de Garci, El crack cero, solo se han realizado setenta copias para toda España. En Málaga únicamente se ha exhibido en el Cine Albéniz, salvado de la desaparición porque lo adquirió el Ayuntamiento malagueño. Solo el deseo irrefrenable de encontrarte de nuevo con Germán Areta, interpretado ahora por Carlos Santos, que no desmerece la magistral actuación de Alfredo Landa, te puede motivar a desplazarte a la capital a una sala de cine. Librarte durante un par de horas de la tiranía del móvil. Fundirte con la pantalla y habitar el Madrid en blanco y negro de hace cuarenta años, con el cambio de régimen transmitido por la radio de madrugada. Las imágenes de la Gran Vía, rescatadas del archivo del director, antes de convertirse en una sucesión anodina de franquicias. Una película de otra época, para una actividad que pronto solo la haremos unos nostálgicos: ir al cine.
Alfonso Pérez
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