martes, 13 de octubre de 2020

Adictos a la cultura

El sector cultural ha vuelto a ser enviado al rincón de pensar

 
Hola, me llamo Salva y soy un adicto cultural. Así podría empezar una reunión de personas anónimas, dependientes de la cultura, que no conciben su vida sin la literatura, la música, el cine, la pintura… Que se revuelven inquietas cuando no pueden acceder a las actividades culturales que demandan. Que sufren la abstinencia cultural incluso físicamente.
 
Hace unos meses llegó un virus y cambió nuestras vidas. Nos está haciendo sufrir. Pero resistimos. Y una de las claves de esa resistencia ha sido y es la cultura. En las largas semanas de confinamiento en los domicilios, nos acompañaban los libros, los discos, las películas. Teníamos conciertos por Internet, recitales poéticos, visitas guiadas en abierto a los mejores museos del mundo. Gracias, en gran parte, a esos recursos culturales nos rearmamos mentalmente para resistir. Y la consideración social de la cultura subió a los cielos.

Pertenezco a una generación que estaba en la infancia cuando España recuperó la democracia. Primero nos dijeron que la cultura era una herramienta para emancipar a las clases trabajadoras. Después nos demostraron que, como bien público, debía ser accesible a toda la población. Luego nos convencieron de los efectos positivos del mercado para las industrias culturales. Pero de repente cambiaron las reglas del juego, llegó Internet y la industria cultural fue asaltada al abordaje. Nos enganchamos a la cultura y exigimos nuestras dosis gratis.

Ha costado casi un cuarto de siglo situar a las creaciones culturales como un bien social que se conciben y se elaboran en un proceso de valor añadido. Bienes sociales y económicos, que generan plusvalías (palabra maldita en mi juventud), sostienen hogares y crean empleos. Pagar por un producto cultural ya no es extraño ni genera rechazo, aunque sea a través de Internet.

Pero hay otra manera no ya de pagar, sino de valorar la cultura. Cuando llega un cataclismo como la pandemia, y se moviliza una ingente cantidad de recursos públicos para contener, a duras penas, el deterioro de los principales sectores económicos, la cultura es enviada de nuevo al rincón de pensar. Por desgracia, no se tienen en cuenta las características empresariales y laborales del sector cultural a la hora de diseñar las ayudas.


Alas de Papel es, simplemente, una asociación. Un colectivo literario. No somos profesionales de la cultura, en todo caso. Pero pensemos en el acto de entrega de premios del VIII Certamen Literario María Carreira. Para llevarlo a cabo se ha necesitado material de una empresa de publicidad y grafismo. El trabajo de un profesional de la sonorización. Y dos estupendos actores teatrales. A este acto se le han dedicado recursos económicos y humanos del Ayuntamiento de Antequera. También la aportación de una sociedad privada como Dcoop, y de una entidad cultural como la revista La Zaranda de Cartaojal. Ya para llegar hasta aquí el certamen  ha contado con los premios de patrocinio municipal.

Pensemos ahora en el libro que presentamos, Hotel Barbacanas (Ediciones del Genal). Para tenerlo entre las manos han intervenido una editorial, una maquetadora que es autónoma, una imprenta y en última instancia las librerías correspondientes. Y de nuevo, desde el principio del proyecto, se ha contado con el apoyo del Ayuntamiento de Antequera. Este acto y este libro, y sus derivaciones económicas, no hubieran sido posibles sin el apoyo institucional.

Pero quiero centrarme en lo puramente literario. Para ello voy a citar a un Premio Nobel de Literatura. Lo obtuvo en el año 1953. Estoy hablando de Winston Churchill. Sí, el mismo Churchill de “sangre, sudor y lágrimas”. Dijo una frase más afilada que un cuchillo jamonero, como buen periodista que fue. Sí, también fue periodista. Pero vamos a lo que dijo: “El mejor argumento en contra de la democracia es una conversación de cinco minutos con el votante medio”. Supongo que esta opinión la expresó una vez que ganó la guerra y, a renglón seguido, perdió las elecciones.

Mi intención es modificar la cita: “El mejor argumento para no valorar la cultura es una conversación de cinco minutos con un apasionado de ella”. Sea o no profesional. Porque si alguien es capaz de dedicar 500 horas a un relato de diez páginas para regalarlo en el ciberespacio, si alguien es capaz de entusiasmarse con su trabajo en el mundo de la música o el teatro, de sacrificar tiempo personal y familiar, y disfruta con lo que hace, ¿cómo es posible que, encima, pretenda obtener un resultado económico, superar la precariedad, recibir una pensión digna? Todos los que estamos relacionados de un modo u otro con la cultura deberíamos hablar siempre de lo mal que se pasa en este mundo, de las jornadas extenuantes, de las estrecheces financieras y de los impuestos abusivos. Sería un primer paso para equiparar la cultura a cualquier otro sector económico y laboral.


Pero de verdad que quiero centrarme en lo puramente literario. La cultura también es identidad. Alas de Papel ha querido reflejar en Hotel Barbacanas cómo se puede hablar de muchos temas, contar historias muy diferentes, partiendo de un escenario común y reconocible por todos. En este libro vais a revisitar una ciudad que nunca se nombra, pero cuyos lugares, ambientes y personajes (que no personas) están escritos con todas las letras. Forman parte de nuestra identidad. Se parte de ese hotel, en ese rincón particular del mundo, para expresar emociones universales. Porque la literatura, la cultura en general, es la vacuna que garantiza la salud emocional de cualquier sociedad.

Podría contaros lo mucho que hemos disfrutado escribiendo este libro, cómo el año y medio que hemos empleado en él se nos ha pasado volando. Cómo iban surgiendo las historias y, sin darnos cuenta, cómo se complementaban. La ilusión derrochada en todo el proceso. Pero no debo ser apasionado, no debéis daros cuenta de que todo esto nos gusta a rabiar. Así que os contaré que hemos sufrido lo indecible. Que se nos han saltado las lágrimas, durante semanas atascados en la misma página. Que corregíamos una palabra y se amotinaban otras siete. Que todo este sufrimiento nos ha hecho renunciar a seguir escribiendo.

Os pido que nos ayudéis a superar el trauma que hemos sufrido: tenemos ante nosotros los primeros ejemplares de Hotel Barbacanas. Por favor, haced que desaparezcan de nuestra vista. Así no tendremos más remedio que encargar la segunda edición.

           Salvador Rivas. Presidente de Alas de Papel

Intervención en la entrega de premios del 

VIII Certamen Literario María Carreira

10 de octubre de 2020

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