Intervención del presidente de Alas de Papel en la entrega de premios del IX Certamen Literario María Carreira
La literatura es esperanza. Mirad: La Esperanza, periódico literario. Ya en abril de 1839, número uno, publicado en Madrid y medio centenar de ciudades españolas. Algún motivo habría para llamarlo así.
Bien: la literatura es esperanza. No lo digo yo. Lo dice también alguien con autoridad, que sabe de lo que habla y de lo que escribe. Me refiero a Margaret Atwood, autora de El cuento de la criada. La frase literal, el titular del periódico, era exactamente: “Escribir es un acto de esperanza”. Y a mí la pregunta me saltó a la cara y se me pegó como una mascarilla: ¿Cómo alguien que ha escrito semejante historia, tan terrible, puede haberlo hecho desde la esperanza?
Yo llevo en la sangre el oficio del periodismo, y por eso sé que las preguntas no son mas que un cebo para buscar respuestas. Así que seguí el rastro y me enteré de que la novela El cuento de la criada fue escrita en 1985, en Berlín. El muro caería en cuatro años. Nuestra amiga Margaret nos explica que “fue un acto de esperanza” en los últimos compases de la Guerra Fría.
En aquel entonces Estados Unidos “era un emblema de libertad y democracia. Ahora es cuando aflora el lado oscuro, que a mí me preocupaba ya entonces y que yo relacionaba con el puritanismo religioso”. En el ocaso de la amenaza exterior, del comunismo, volvió los ojos a la amenaza interior: la misoginia, la invasión del espacio público por el fanatismo, la desigualdad y el desprecio a la verdad.
Cuando se publicó El cuento de la criada nadie le hizo caso. Fue con Donald Trump como presidente cuando la novela mostró toda su vigencia. Por supuesto, a lomos de la serie de televisión.
Nos dice nuestra amiga Margaret que las utopías nos enseñan otras maneras de concebir el mundo. Las utopías son una esperanza. Pero que toda distopía deriva de una utopía. Y nos pone el ejemplo de la Alemania nazi y de la Unión Soviética: los paraísos encerraban el infierno. ¿Se acaba ahí, pues, la esperanza? Al contrario, se renueva: la literatura nos advierte de los riesgos del presente, y al mismo tiempo nos muestra que los infiernos no son eternos.
Un escritor español, José Ángel González Sáinz, ha ido un poco más allá, y ha dicho: “La literatura es tanto esperanza como desesperación. Esperanza y desesperación de entender algo que sirva para vivir más o mejor. Leer para comprender mejor lo que somos, los miedos que nos afligen y las alegrías de la vida de las personas. Escribir es un trabajo de minero: estar ahí para sacar algo de las profundidades, con tino y paciencia”.
Llegamos así a otra estación: la literatura es un juego de opuestos. Como Gilgamesh y Enkidu, Isis y Osiris, Caín y Abel, Cástor y Pólux, Rómulo y Remo. O mejor como Jano bifronte, el dios romano de las dos caras. Entre sus muchas jurisdicciones, se le consagraban las puertas. Entiéndase, ya que estamos hablando de literatura, que era una metáfora: alguien en el umbral, ¿entra o sale? ¿Cuál es la decisión acertada? Representa la incertidumbre. A cada lado de la puerta se colocaba una de sus caras. Conoce todo lo que ha de venir y todo lo que ha sucedido.
Y entre todo lo que ha sucedido, volvamos al principio. Al periódico literario La Esperanza. En su primer artículo de primera página, titulado “Advertencia”, se ponían las cosas en su sitio: “Las materias que tratará el periódico serán siempre instructivas, se evitarán polémicas de toda especie. Los padres de familia pueden sin recelo poner el periódico en manos de sus hijos, no contendrá nada que ofenda las buenas costumbres ni preconizará máximas peligrosas”.
Disiento. Porque leo, porque escribo y porque tengo esperanza. ¿Qué clase de vida va a reflejar la literatura, sin polémicas, sin recelos, sin ofensas, sin máximas peligrosas? ¿Vidas instructivas a rebosar de buenas costumbres? Me parece una utopía y, tras ella, aparecerá una terrible distopía, repleta de disidentes.
Los disidentes literarios son los más escurridizos. Nunca se sabe si entran o salen por la puerta. Qué discuten y por qué. Solo cuentan historias, dicen, pero cuestionan la autoridad, hacen preguntas impertinentes y lo critican todo. ¿Conocéis Doctor Zhivago? ¿La novela o la película? Lo siento por Boris Pasternak, pero la película me parece mejor que la novela. Bien, el doctor Zhivago piensa que el zarismo es atroz y que la revolución bolchevique es justa. Pero tiene la mala costumbre, como buen médico, de palpar la verdad. Por si fuera poco, escribe. Es poeta. Compone versos en los que expresa sentimientos. Y eso sí que es intolerable. La nueva poesía debe cantar las virtudes de una clase social, no de los individuos. El doctor Zhivago es un disidente que contradice, una y otra vez, las directrices de la autoridad.
Pongamos nuestros ojos ahora en el otro extremo. George Smiley, personaje creado por John Le Carré, es el jefe del espionaje británico en plena Guerra Fría. Su misión es combatir a la Unión Soviética. Es inteligente, eficaz, resolutivo, manipulador. Destruye vidas sin usar un gramo de violencia. Lo sacrifica todo por el trabajo. Solo tiene un defecto: no cree en el sistema que ayuda a defender. Es el peor de los disidentes: el que carece de fe y, por tanto, actúa así porque lo considera personalmente correcto. Un mal ejemplo, muy contagioso. De forma inevitable, caerá en desgracia.
Para mí, hay dos elementos comunes en estos dos disidentes: son contradictorios y, sobre todo, tienen esperanza. Uno confía en que, cuando los tiempos mejoren, las emociones no serán delito. El otro sabe que, haciendo bien su trabajo, anticipará un mundo mejor y más libre.
No sé si empezáis a sentiros libres de la distopía de la pandemia. Pero creo que estáis llenos de esperanza. Os animo a que la hagáis realidad: leed, escribid, emocionaros. Os animo a disentir de los lugares comunes que paralizan el ánimo y la voluntad. En Alas de Papel siempre tendréis aliados.
Salvador Rivas
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