miércoles, 18 de enero de 2023

Extrañamiento

Alberti llega al aeropuerto de Barajas en 1977
 

“Yo me fui con el puño cerrado y vuelvo con la mano abierta, en señal de concordia entre todos los españoles”. Se le veía sonriente, en el último peldaño de la escalerilla del avión, a punto de pisar de nuevo su patria. Era un anciano de casi 75 años, de buen porte, elegantísimo, con una melena cana que flotaba sobre los hombros. A su izquierda se leía claramente “Alitalia”. A su derecha, a uno metros de distancia, al contraluz, desenfocado, observaba un guardia. 

El anciano sonreía abiertamente y, en efecto, mostraba su mano abierta. Habían sido 1.400 kilómetros, casi dos horas de vuelo, con su mano temblorosa garabateando versos en un nuevo cuaderno chino, estrenado para la ocasión. “Son los nervios”, se excusaba ante sí mismo. Su mirada distraída planeaba sobre el Mediterráneo: ahora el Estrecho de Bonifacio como una espada entre Córcega y Cerdeña; más tarde, en la lejanía, la sombra de las Baleares. Manchas en el mar, su hogar, su infancia.

Miraba de reojo alrededor. Ningún otro pasajero había reparado en él. “Reconoce que estás asustado”, era un viejo poeta —no, era un poeta viejo—, habían pasado casi cuarenta años, ¿qué esperaba? ¿Que le señalaran con el dedo entre suspiros de admiración? ¿Marineros con sus versos tatuados en el antebrazo? Y cuando se dirigió hacia la luz para bajar la escalerilla, y asomó la cabeza, y bajó los primeros escalones, entonces sí, entonces escuchó la algarabía, reconoció su nombre gritado por la multitud, y los periodistas se abalanzaron sobre él. Una sonrisa de felicidad, la mano abierta y un escalofrío de pavor. “Yo me fui con el puño cerrado y vuelvo con la mano abierta…”

Ahora contempla la mano con la que acaba de firmar la carta. “Pido a este apasionado y valeroso pueblo andaluz que me conoció tan de cerca, dándome pruebas de amistad y cariño en los días de la campaña electoral, hasta erigirme, al fin, diputado por esta provincia, pido comprenda y acepte esta voluntaria decisión, concediéndome la libertad necesaria para continuar mi obra poética de poeta de la calle…” Ambas manos, abiertas, vacías. El amor lo supera todo, pero no la memoria. Ha sido vitoreado, ha recibido agasajos, su obra es recitada como la de un ilustre literato. Hombres, mujeres, ancianos, niños, poetas, campesinos, obreros… Nadie deja de reconocerle, firma autógrafos, dedica libros, le tocan —con reverencia— como a un santo.

Todo el mundo le conoce y le admira, algunos le reconocen y le insultan. Pero él, poeta viejo, ¿a quién podría volver a ver? ¿A qué lugar regresaría que encontrara intacto, que casara con su recuerdo y su emoción? ¿Qué tierra era aquella, qué clase de mar, qué rumor del pasado encontró al bajar de ese avión? “Teresa, qué dolorosa es la desmemoria”. 

Salvador Rivas

Este relato fue publicado en el número monográfico de la

 revista Estrechando dedicado a Rafael Alberti, de marzo de 2022



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