lunes, 15 de febrero de 2016

Librería Macías

Imagen del Facebook de Librería Macías
Leyó en el periódico que ese mismo día estaba disponible en las librerías el nuevo libro de Manuel Rivas: El último día de Terranova. Rivas no era uno de sus autores preferidos,  pero  según la reseña era de lectura obligatoria. Le invadió la curiosidad y buceó por internet para ampliar la información sobre el texto literario. La historia de un librero que lucha denodadamente contra unos especuladores para no cerrar su librería. No era muy partidario de bajarse los libros de la red, aunque tenía uno  electrónico que usaba ocasionalmente. Incapaz de reprimir el impulso se dirigió a su librería habitual.
El padre de un viejo amigo, un gran bibliófilo,  siempre repetía una frase que volvió a recordar mientras se encaminaba al establecimiento: «Antikaria, ciudad bravía, más de mil tabernas y ni una librería». Macías estaba regentada por el yerno del antiguo dueño, recién fallecido. La familia, en un acto de romanticismo impropio de este tiempo, se resistía a cerrarla. Aunque había dejado de ser rentable. La venta de los volúmenes escolares a comienzo de curso, que era lo que le había permitido subsistir dignamente durante muchos años,  la realizaban ahora los propios colegios. La gratuidad de los libros en determinados cursos,  implicaba que los alumnos debían traspasarlos en buen estado de conservación a lo colegiales del año siguiente. Los artículos de papelería que vendían para completar los ingresos, eran ya insuficientes para la solvencia del negocio. En Antikaria no había ninguna librería pura, todas necesitaban vender material de oficina. Poseían un pequeño fondo con las lecturas obligatorias de los centros educativos y las novedades que les remitían periódicamente las editoriales.

Macías, un librero clásico, amante confeso de los libros, si no tenía la obra que ibas buscando, salvo que estuviera descatalogada,  siempre te la conseguía. Su yerno había continuado con la eficiencia de su suegro.

Anticipando el buen rato que pasaría esa noche leyendo el libro de Rivas, iba absorto por la calle,  imaginando el olor del ejemplar recién impreso, el tacto de las hojas. Cuando llegó a la puerta de la librería-papelería se encontró la reja echada, los escaparates cubiertos con un papel beige y un número de teléfono en la puerta del local vacío para contactar con los dueños.

Alfonso Pérez

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