viernes, 19 de octubre de 2018

El relato de Pedrín


El sendero era estrecho y muy frondoso. Estaba bordeado por árboles muy altos. Siempre quedaba en sombra el camino, incluso los días claros de cielo azul y con mucho sol. La pandilla, “La Trupe”, como ellos mismos se hacían llamar, estaba a la entrada de la senda. Los seis: Raúl, Jaime, Juanico, Pedrín, Manolillo y Rosa, la única niña. Todos vestían ropa deportiva y portaban una mochila con agua y bocadillos. Se miraban uno a otro con una mirada picarona, pensando quién sería el que iría delante. Rosa, que era la más habladora, mientras se atusaba la melena con las manos dijo:

-Nos jugamos a los chinos el que va el primero abriendo el paso.

Pedrín estaba un poco apartado del grupo. Con una vara rebuscaba entre los matojos. Dándoselas de valiente dijo:

-¿Queréis que sea yo el que vaya delante?

Los otros chiquillos se miraron. Como eran amigos desde pequeños con un gesto se entendían. Todos estuvieron de acuerdo en que fuera Pedrín el primero.

-¡De acuerdo! -gritaron todos a la vez.
-Si queréis podemos ir cantando o contando un cuento -dijo Pedrín.
-Sí, un cuento, pero que sea de príncipes y princesas –apuntó  Rosa.
- De eso nada, si vamos de aventura tiene que ser uno de miedo -replicó Juanico-, así que rebusca uno que erice los pelos.

Todos rieron de buena gana al tiempo que ponían cara de susto abriendo los ojos y cubriéndose el rostro con las manos. En fila india, con los oídos bien abiertos esperaban el cuento de Pedrín.

-Ven… ven… ga em… em… pieza que… que… yo… yo me me… a… a… burro.
-¡Qué te calles Manolillo! Como sigas hablando no le dará tiempo a Perico a contarlo.
-Sí, pero que no sea de mucho miedo.
-Está bien, callaos todos. Os contaré el de “La serpiente de siete cabezas”.

Jaime que iba el último dio un empujón hacía un lado a Manolillo y se plantó delante de él.

-¿Qué.. qué… haces? ¡A… a… mi no... no… no me de… de… jes a la… la… cola!
-¡Está bien! Pasa delante, yo me quedo el último. Y venga empieza ya con tu serpiente, que se nos hace de noche.

Todos aplaudieron la decisión de Raúl y afinaron más sus oídos.

Pedrín carraspeó varias veces para poner su voz bien afinada y para crear un poco de suspense. Respiró hondo, pasó la mano por la frente, apartó el flequillo y comenzó.

-Érase un valle no lejos de aquí, donde habitaba una gran serpiente de siete cabezas. Se ocultaba entre los matorrales que bordeaban los caminos, donde acechaba a sus presas -los chiquillos se juntaron más los unos a los otros mirando de reojo los matojos, no fuera a aparecer una culebra de repente-. Era raro el día que no desaparecía algún animal. A veces era una cabra, otras una oveja, la cría de una vaca… Y todos temían que un día fuera un niño o incluso un hombre o una mujer. El comendador del valle, viendo el miedo que los vecinos tenían al “monstruo”, tomó una decisión: haría que capturasen a la serpiente -Pedrín, al tiempo que contaba la historia no cesaba de gesticular y montar la escena-. Hizo proclamar un bando en toda la comarca, en el que ofrecía nombrar caballero de honor a aquel que matara al bicho.  Fueron muchos los que se apuntaron deseando ser el caballero. Los que tenían un caballo se fueron a buscarla a galope, claro que no sabían que con el ruido que hacían los cascos de las cabalgaduras ella se escondía en lugares recónditos. Pasaron varios días y nadie encontraba al monstruoso animal -el salto de un conejo por el sendero dio un susto a los muchachos que no tardaron en reírse de ellos mismos.

-Pero mira que sois miedosos, no veis que es normal que haya por aquí animales salvajes, ¡puede que hasta encontremos un lobo! -y  tras reír con ganas, Pedrín  prosiguió con su relato:

-Pasaron, pasaron y pasaron los días y los animales seguían desapareciendo. Nadie aparecía con la cabeza del reptil -Pedrín dio un respingo y gritó-. ¡¡¡Cuidado!!! -la vara de Pedrín había quedado atrapada en un cepo que estaba oculto entre las hierbas. Los niños, que no conocían aquel artefacto, lo miraban asustados. De haberlo pisado alguno podía haberse hecho mucho daño, incluso cortarse un pie.
-Será mejor que nos volvamos -dijo Jaime-. No sea que haya más y nos topemos con uno.
-¡No seas miedoso! Ya procuraré yo rebuscar bien. Ahora vamos a quitar el chisme este de la vara y a arrojarlo donde nadie lo encuentre, porque está claro que debe de ser una trampa de un cazador furtivo, para cazar conejos o jabalíes.
-¡Eso ni pensarlo! Lo quitamos y lo guardamos para entregarlo en el cuartel a la Guardia Civil que vigile y pille a ese cazador -dijo Juanico, propuesta que todos apoyaron con un aplauso. Después del incidente reanudaron el camino y Pedrín continuó la narración.

-¿Por dónde iba? –preguntó Pedrín.
-Po… po… por que…
-¡Que te calles Manolillo! ¡Qué así no llegamos al final! -dijo Rosa-. Ibas porque había pasado el tiempo y no cazaban la serpiente.
-Ya, ya recuerdo. Todos aquellos hombres que intentaron dar muerte a la serpiente no lo conseguían. Ni sus espadas, ni los machetes pudieron ser usados por sus dueños. Un día Ginés volvía con sus cerdos del monte donde los había tenido pastando. Llevaba su arco y las flechas, que él mismo se hacía con la navaja en los ratos libres, colgado al hombro. En un montículo un poco alejado creyó ver algo brillante. Se paró y miró con mucho interés. No había duda, era la serpiente que tras una comilona dormía plácidamente tumbada al sol -los chiquillos seguían en silencio escuchando el relato.

-Ginés no dudó un momento. Dejó a sus animales reposando en una charca y se acercó hasta pocos metros del animal. Cogió el arco y disparó una flecha certera a una de las cabezas. Al sentir el impacto se retorció enfurecida, pero él continuó disparando una, otra y otra flecha dando siempre en la diana y en apenas unos segundos mató a la bestia. Como no podía con las siete cabezas decidió cortarle las siete lenguas y guardarlas en el zurrón. ¡Por fin el valle estaría tranquilo! Echó a andar en busca de sus marranos que estaban descansando en la charca -pronto los niños empezaron a preguntar: 

-¿Y le dieron el título de caballero?

Un murmullo en el que todos querían preguntar a la vez se alzó a sus espaldas.


-¿Qué os parece si descansamos un rato en la cobija de esa encina? –todos miraron donde señalaba Pedrín y estuvieron de acuerdo.  Aquel era un gran árbol, debía tener más de doscientos años. Se acomodaron alrededor de Pedrín al que apremiaban para que prosiguiera la narración. Este respiró hondo y se acomodó en la fresca hierba. Luego entornó los ojos, mientras jugueteaba con la vara.

-Aquella noche, cuando Ginés dejó a los animales a buen recaudo, regresó feliz a casa. Estaba cenando y un ruido de voces que le llegaba de la calle le hizo salir al exterior. Las voces del gentío gritaban: “¡Ya no hay serpiente! El hijo de don Ramón la ha matado y mañana en la plaza del pueblo será nombrado caballero. Tenemos que ir todos a darle las gracias”. Ginés, no dijo nada. Y al día siguiente como todo vecino se presentó en el lugar indicado. Ya estaba encima de la tarima donde le iba a ser entregado el título de caballero al joven Roberto. Los vecinos aplaudían mientras él subía con las siete cabezas ensartadas en un cordel. Las alzaba y presumía de su valor pavoneándose por el escenario. Entonces una voz que salía de entre el público gritó más fuerte que las demás.

-¡Él no mató la serpiente!

Todos se volvieron hacia Ginés que se apresuraba a subir a la tarima donde estaba Roberto y el comendador repitiendo:

-Él no la mató, no, no la mató. Debió encontrarla muerta cuando yo la dejé en el montículo cercano al camino 

Roberto, rojo de ira, le lanzó una bravuconada:

-¿Ah, sí? ¿Entonces cómo es que tengo yo las siete cabezas?

Muy tranquilo y seguro de sí mismo, Ginés abrió el zurrón y sacó un paquete y exhibiendo su contenido dijo: 

-¡Sí! Pero yo tengo las siete lenguas.

Todos miraron muy sorprendidos mientras murmuraban cómo podía haber matado a la serpiente Ginés si solo tenía un arco y unas flechas. Ginés continuó hablando, mientras Roberto rojo de rabia y vergüenza escapaba corriendo del gentío. El comendador otorgó el premio de caballero de honor al porquerillo y dijo:

-Nunca os aprovechéis de las gestas de los demás, pues la mentira tiene las patas muy cortas y siempre se acaba pillando al mentiroso.

Los amigos aplaudieron a Pedrín y tomaron la merienda. Cada uno sacó lo que llevaba y lo compartieron como lo que eran, buenos amigos.

Araceli Ruiz

A mi querida madre por sus maravillosos cuentos 
y por haber despertado en mí la ilusión por la lectura y la escritura


15 comentarios:

  1. Respuestas
    1. Muchas gracias. Es honor para mí que lo hayas disfrutado.

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  2. Es un relato precioso. Lo he leído con mi hija de 7 años y nos ha encantado.

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    1. Carmen, no sabes cómo me alegra que os haya gustado.muchos besos

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  3. Lo hemos compartido con los residentes de la residencia Ballesol de Malaga, donde trabajo. Transmito de su parte, que es un relato precioso. Les hizo recordar muchos cuentos y relatos de su época. Pasaron un ratito muy agradable.

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  4. Muchisimas gracias carmen, un beso para todos,as ancianitos,as

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  5. Me ha gustado mucho el relato. Has conseguido describir muy bien las características de los niños y la fantasía de los cuentos clásicos

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  6. Muy bonito, me recuerda los cuentos de mi infancia

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    1. Siempre es bueno recordar las cosas de la infancia,y si mi cuento te ha traído esos recuerdos es para mí un honor.

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  7. Gracias muy amable, y si te ha servido para recordar tu infancia, ya estoy recompensada. Un beso

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  8. Muy bonito relato, enhorabuena! Me ha encantado.

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    1. Muchas gracias, mi única aspiración es hacer pasar un buen rato a mis lectores y, si lo he conseguido es mi mejor recompensa.

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