“Os aseguro que alguien se acordará de nosotras en el futuro”. Safo de Lesbos. Siglo IV a.c.
Creo que de todas las estrategias utilizadas a lo largo de la historia por los grupos de poder para reforzar sus estructuras de dominio, el ejercicio del ostracismo puede ser una de las más retorcidas y eficaces. Sobre todo porque los buenos resultados vienen dados por una gran simpleza: lo que no se nombra no puede ser contradicho, sostenido o refutado. Simplemente no existe.
Es precisamente este silencio impuesto, más devastador en sus efectos que la peor de las palabras, el que hasta épocas recientes ha encauzado, mediante meandros de oscuridad, la creación y el reconocimiento de las mujeres en el mundo del arte. Así, basta echar un simple vistazo a las grandes obras de la literatura para observar que hasta principios del siglo XIX son contados los hallazgos de escritoras - Safo, Corina, Sor Juana Inés de la Cruz, Teresa de Ávila o Madame Sataël- y en todos estos casos, la excepción se cumplió sólo gracias al entorno social privilegiado que les otorgaba su noble cuna o el favorecedor aislamiento de los conventos. Es decir, para escribir había que ser monja o estrafalaria acaudalada. Esto, por supuesto, es extensivo a cualquier otra manifestación artística ya que a modo de ejemplo podríamos citar que, de los más de los 5.500 cuadros actualmente en el Museo del Prado, sólo 76 pertenecen a pintoras.
Quizá haya hoy quien se atreva a sostener que entonces la mujer carecía del talento de conjugar palabras. Quizá que era incapaz de generar ideas e inquietudes que aflorar y transmitir a su entorno o que no sentía ese impulso natural en el ser humano de realizar la apasionante búsqueda de la libertad a través de las expresiones artísticas. O quizá la verdad sea menos estúpida y, por lo tanto, más dolorosa para quienes compartimos el género con aquellas olvidadas, es decir, que a la mujer le estaba vedado todo aquello que no tuviera relación estricta con el hogar, la maternidad y las labores domésticas.
Dejando a un lado (por el mismo objetivo de no nombrar lo que queremos privar de existencia) cada una de las perlas sembradas por Santo Tomás de Aquino, Quevedo y otros famosos misóginos, lo único cierto es que a las mujeres se las consideraba portadoras de una naturaleza peligrosa e inteligencia inferior; unas incapaces. La literatura masculina, por tanto, se encargó durante siglos de ir forjando el mundo interior de las mujeres, configurando la imagen que tenían de sí misma a través de las directrices que la “idea masculina” trazaba de lo que es, o debe ser, una mujer.
Acercándonos en el tiempo aún sorprende más conocer que, hace sólo apenas 90 años, tuvimos la que sin duda ha sido la mayor y más fructífera generación de mujeres artistas de nuestro país. Esta llamada Generación de Oro, estaba formada por filósofas, escritoras, pintoras; todas ellas geniales, rompedoras y dotadas de un gran talento pero que, a pesar de trascender en el plano social la condición que les marcaba su nacimiento, fueron silenciadas y su legado artístico acabó de igual forma encapsulado entre los cajones polvorientos del patriarcado operante.
Me refiero a Josefina de la Torre, María Zambrano, Rosa Chacel, Maruja Mallo, Concha Méndez, Ernestina de Champourcín, Margarita Gil Roësset y Mª Teresa León, entre las más significativas. Las “Sin Sombrero”. Integrantes de pleno derecho de la tan nombrada Generación del 27, compañeras en ese universo intelectual que inspiraron e impulsaron a la par con Federico García Lorca, Alberti, Buñuel o Dalí y que, sin embargo, fueron ignoradas y excluidas de la consideración social e internacional y del registro histórico de los libros de texto por el único hecho de ser mujeres.
No me gustaría cometer la injusticia reduccionista de juzgar el pasado con los ojos del presente pero tampoco entiendo por qué un agravio tan conocido no se enmienda. Año tras año, en cada curso académico, la presencia de autoras en la asignatura de literatura representa tan sólo un 0,05 por ciento del total de escritores. La historia necesariamente tiene que ser completada y corregida, enmendada con la presencia latente de las que dejaron esas huellas que nunca debieron ser borradas por el mar de la sumisión. Sólo así alguien se acordará de ellas en el futuro.
María José Amador
Hay una frase mía que suelo divulgar muy asiduamente y la cuál no está exenta de polémica y detractores, sobre todo por la parte masculina de nuestra "civilizada sociedad"
ResponderEliminar"El hombre heredó la fuerza, pero también la estupidez, mientras que a la mujer le fué otorgada la debilidad, pero también la inteligencia"
Ahora comprenderéis mejor a lo que me refería anteriormente. Por todos es sabido que la mujer no lo ha tenido nada fácil para abrirse paso por un camino que parece fué creado únicamente para el hombre. Desde que existimos como "seres humanos" la mujer ha tenido que solventar esos obstáculos que se ha ido encontrando en ese tortuoso sendero. Para ellas ha sido una larga y dura historia plagada de malas experiencias que les han servido para hacerse más fuertes y astutas. El final de ese camino está afortunadamente cada vez mas cerca para nuestras Damas, su destino será destinado a coronarse como las verdaderas herederas de la Tierra, les pese a quien les pese.
Jose Antonio Siles Arroyo.