La sorpresa me deja apabullada.
En cambio, Juanma se siente feliz, casi eufórico. Cuando llega la ecografía, la pantalla me muestra unas sombras que no sé interpretar a pesar de las explicaciones que estoy oyendo. De repente mi mente discierne la palabra tres, un número que hasta ese momento nunca ha encerrado mal alguno para mí. Mientras, Norma nos mira con la devoción pintada en su rostro. No digo nada. Es Juanma quien habla todo el rato con una alegría que, a mí, a su lado y completamente muda, me hace parecer antipática.
En cuanto salimos de la consulta del veterinario, Norma se pone a hacer sus necesidades como si tal cosa, indiferente al momento trascendental que estamos viviendo.
—No pongas esa cara de susto —me dice Juanma con una sonrisa divertida—. Nos quedan unos cuantos meses y encontraremos gente que les dé el cariño que merecen. ¿Verdad, Norma?
Norma está oliendo sus excrementos y no se inmuta, aunque cuando él la anima a seguir adelante, se pega a su pierna más cercana y lo sigue fielmente.
Juanma es informático y trabaja desde casa. En cambio, yo, debido a mis horarios en el periódico, paso casi todo el día fuera. Encima, cuando llego a nuestro pequeño piso, necesito seguir con el ordenador. Esta nueva situación me desconcierta. Que Juanma y un amigo se llevaran a Norma al Nacimiento es algo normal. Lo que no puedo perdonarles es que, absortos en su charla, ninguno se diera cuenta de que la perra se contoneaba provocativamente entre algunos perros que no pudieron resistir el atractivo aroma que la nuestra desprendía. “Cuidado con el celo”, les había advertido yo. Y es que Norma, en esos momentos hormonales de su vida, puede volverse muy insistente.
En primer término, el Angelote coronando la torre de San Sebastián |
A medida que transcurren las semanas, Norma se encuentra cada día más amodorrada. Siempre encuentro a Juanma sentado en el suelo, cantándole mientras se acompaña de su guitarra. A ambos les gusta el blues. Al parecer, Muddy Waters, Etta James y Robert Cray relajan a la futura madre. Es cierto que parece importarle muy poco el mundo mientras su orondo cuerpo permanece recostado en la nueva cama de 49 euros, extra mullida, que hemos decidido regalarle para que esté lo más cómoda posible.
Antes de su estado, a Norma le encantaba vagar por las calles. Hacíamos un recorrido que ella misma elegía según los olores que encontraba a su paso y que, la mayoría de las veces, suponía detenernos con mucha frecuencia. Así tuve oportunidad de descubrir detalles que me hicieron ver la ciudad de otra manera. “Ojos de turista”, me decía a mí misma mientras contemplaba la estela de un avión sobrevolando el Angelote en un atardecer rojizo desde la Alcazaba. Nunca había prestado verdadera atención a la divinidad marina del mosaico de las termas romanas. Ni a la pareja de cigüeñas que anidan cada invierno en el campanario de San Zoilo. Tampoco había reparado en las ventanas repletas de flores camino al Henchidero. Norma era la que me llevaba a mí y no al contrario. Se esmeró, sin saberlo, en enseñarme a valorar el color de las piedras de los palacios y conventos, el sonido de mis pies resonando en el adoquinado de las estrechas calles, el olor de los jazmines en flor mientras subíamos y bajábamos las cuestas de esta ciudad cuya panorámica, después de mil vueltas, recreé en algunos de mis artículos. “Desde el Jurásico hasta la actualidad y entre medias una brillante Edad Moderna”, escribí en más de una ocasión.
Termas romanas |
Ahora seguimos sacándola a pasear por las tardes porque es bueno que siga haciendo ejercicio, pero cada día parece que le cuesta más salir de casa. Llega un momento en que no pasamos de la Iglesia de San Agustín así que decidimos irnos directamente al Coso Viejo y sentarnos en un banco para que la perra, agotada, se tumbe a nuestros pies. Algunos turistas, mientras van ocupando las terrazas de los restaurantes para cenar, se acercan para dedicarle una sonrisa. Juanma aprovecha para hacer comentarios positivos sobre el nivel de cariño que los europeos dedican a los perros. Alemanes, británicos, franceses, noruegos. Una amalgama de entusiastas de la buena comida, la historia que rezuma el entorno y el sol que los deslumbra.
Coso Viejo |
Como todos los partos, el de Norma llega por la noche. Gime dolorosamente y Juanma se pasea nervioso por la casa preguntando qué podemos hacer. Yo me decido a preparar té resignándome a no dormir.
—Eso, eso —me dice cuando ve que pongo la tetera al fuego—. Vamos a necesitar agua.
Juanma es un fanático del cine clásico por lo que piensa que es imposible que un bebé nazca sin agua caliente y toallas limpias. Coge un montón de éstas del estante del cuarto de baño y las deja junto a la parturienta mientras espera. No tarda en lanzar una exclamación que acompaña al suspiro de ella. La primera criatura sale envuelta en una especie de sábana pegajosa y sanguinolenta.
—¡Oh, mi perrita guapa! ¡Eres una campeona! —exclama Juanma yendo a por más toallas.
Me agacho a contemplar aquella cosita recién nacida. El otro vuelve y se pone a mi lado para apretarme el brazo con emoción mientras Norma nos mira con ojos lastimeros. Aún no ha terminado. La acaricio con ternura, aunque es él quien la anima con palabras de aliento. Tras un buen rato, al fin la vemos limpiando a sus tres hijos con una lengua amorosa.
—No sabía que fuera así —dice Juanma con voz sorprendida.
Ignoro si se refiere al parto en sí o al hecho de que Norma se está comiendo los restos de masa encarnada que han salido acompañando a los bebés.
Tal como yo imaginaba, se ha enamorado de los tres pequeños enseguida. Se queda junto a ellos y yo me echo un rato en el sofá porque ya mismo tengo que salir pitando al trabajo. Antes de caer rendida en un sueño de apenas media hora, vislumbro a Norma rodeada de tres pedacitos de carne que se arrebujan entre sus pechos para darse un festín de leche materna. Dos hembras y un macho. Cada uno tan pequeño como una de mis manos.
Al día siguiente sorprendo a Juanma buscándoles nombres en Conversaciones con Billy Wilder, uno de sus libros preferidos.
—Vamos a dejar eso para sus futuras familias, anda —le advierto.
He sido yo quien ha encontrado un hogar para cada uno de ellos. Uno irá a la calle San Miguel, otro a Santa Catalina y el tercero a la Vega. De hecho, no tardo en poner sus primeras fotos en mi perfil de Facebook para que sus respectivos dueños puedan conocerlos. Cientos de tiernos comentarios comienzan a inundar cada imagen.
El veterinario nos ha aconsejado el tiempo que han de quedarse con la madre y determinamos hacerle caso. Pero siete semanas pueden ser interminables cuando los sucesos políticos bullen, las noticias a redactar se amontonan en mi mesa y la casa está invadida por tres cachorritos. Hacen sus necesidades en cualquier parte. Muerden, arañan, ladran, aúllan, corren y saltan. No tienen horario de sueño ni de juegos. Norma me lanza miradas que parecen comprensivas. A veces creo que en sus ojos hay cierta congoja por haber roto la armonía del pasado.
La Colegiata |
El que parece más activo es Juanma. Se pasa el día rescatando a los perrillos del cajón de la ropa interior, de debajo del sofá e incluso del tambor de la lavadora. Acude presto a sus ladridos preguntando qué estarán haciendo ahora. Si yo no estuviera tan atareada sería divertido. Pero no puedo relajarme porque no es de fiar. Cuando cree que no estoy cerca, los llama por los nombres que ha escogido para ellos. Cada uno ya tiene el suyo y responden a él con vivacidad y alegría.
Para colmo, los vecinos comienzan a interesarse por esos reiterados ladridos que suenan de madrugada. La del tercero, la que siempre nos lanza miradas mortíferas cuando coincidimos en el ascensor, ha propuesto una reunión de la comunidad para debatir sobre el zoo que tenemos en casa. Ya nos ha mandado una nota diciendo que es alérgica a los perros y que aquello tiene que acabar. Juanma se enerva. ¿Es que acaso no tenemos que aguantar nosotros la música de ella? Sí, sí, se cabrea y masculla asqueado ¡Camela!
San Zoilo |
Por fin me doy cuenta de que ha llegado el momento de la adopción y citamos a todos para el gran día. Aunque Sugar, Irma y Baxter sólo piensan en jugar, Norma consigue reunirlos de vez en cuando en su nueva cama de 53 euros —la anterior ha sido mordisqueada por sus angelitos, al igual que varios pares de calcetines, las cortinas del salón, los vaqueros preferidos de Juanma y algún que otro cable— y me da por pensar que adivina que vamos a separarlos de ella.
—Bueno, ya está —dice Juanma mirando la hora—. En el fondo me alegro. Ha sido un poco agotador.
Me quedo mirándolo. Sabía que al final tendría que entrar en razón, pero me duele que no esté más apenado. Norma me está observando fijamente. Creo que quiere que la perdone de una vez por su promiscuidad en el Nacimiento. Tal vez sea esto o que yo he visto demasiadas películas de Walt Disney. “¡Pero si los adoras!”, parece que me está diciendo.
Y ahora la entiendo tan bien que termino por darle un beso para tranquilizarla.
—Bueno, bueno, vale. Nos quedamos con ellos —le contesto y Juanma abre tanto los ojos que por un momento creo que van a salir disparados hacia mí.
Suelta todos los inconvenientes del mundo, sin olvidar sus vaqueros rotos y la vecina quejosa.
—No te preocupes, les enseñaremos a ladrar solo cuando escuchen Camela —digo.
Llamo a los cachorros —¡Irma, Baxter, Sugar!— y los coloco en mi regazo, acariciándolos con dulzura. El timbre suena, pero yo ya he tomado una decisión.
Ya imagino mi próximo artículo en el periódico: Vivir con cuatro perros y no morir en el intento. El título no está sacado precisamente de una película de Wilder, pero sé que a Juanma, una vez que consiga asimilarlo y el color le vuelva al rostro, terminará por resultarle divertido.
Esta noche encenderé unas velas para celebrarlo durante la cena.
Y de paso, anunciaré que acabo de descubrir que dentro de ocho meses tendremos un nuevo cachorrito en la familia.
Mercedes Suárez Saldaña
Es maravilloso que haya personas con tanto amor a los perros. Me encanta tu relato
ResponderEliminarMuchas gracias y un abrazo.
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