Tras haber publicado varias novelas y un ensayo sobre la herencia de Heródoto en la interpretación actual de la historia, decidió dedicar su vida a la búsqueda de la palabra más bella. Sus colegas se rieron de él. ¡Qué encargo más sencillo para pretender dedicarle toda una vida! Los amantes de sus obras se quejaron. ¿Acaso no podía combinar ese capricho con la escritura de otra novela cautivadora? Los medios encontraron el desafío interesante pero se olvidaron al cabo de unos días.
A pesar de las críticas él no cejó en su decisión. Le obsesionaba la posibilidad de encontrar una palabra tan bella como para aplacar conflictos o hablar directamente con los dioses. Por supuesto estaban todas las que evocan conceptos bellos como amor, felicidad, compasión, amistad. Pero ésas no le valían, solamente eran bellas por su significado, no por su forma.
Otras al revés eran bellas visualmente: etéreo, ojalá, luminiscencia. Sin embargo ninguna dejaba sin aliento a su lector.
Los meses pasaron. Cada vez salía menos de su despacho. Pensaba en las palabras, y cuando no, leía para descubrir otras nuevas.
Añadió una categoría, las palabras que eran bonitas al ser pronunciadas: efímero, serenidad, luminancia. La palabra perfecta debía reunir todas esas características, ser bella por dentro y por fuera, profunda y ligera. En sus sueños la imaginaba como una mujer magnífica pero sencilla que seduce involuntariamente, sin reparar en su propia belleza.
Pasaron los años. Ya todos se habían olvidado del cometido que se había impuesto e incluso de su nombre.
Fue un vecino el que dio la voz de aviso. Hacía mucho que no se cruzaba con él y un olor desagradable había empezado a invadir el pasillo. Cuando los bomberos entraron encontraron su cuerpo con un libro entre las manos y las paredes pintorreadas con un montón de palabras: nefelibata, resiliencia, petricor, serendipia, arrebol, acendrado, bonhomía, epifanía, melifluo… Algunas más grandes que otras pero ninguna sobresalía suficientemente para eclipsar a las demás.
Su nombre volvió a salir de la oscuridad y le enterraron bajo el epitafio “Amante de las palabras, le devoró su búsqueda. Las palabras más bellas se fueron con él”.
Fanny Beaudoin
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