Relato de Isabel Mª Merino González - Premio Andalucía del IX Certamen Literario María Carreira
A Miguel Guillén, mi tío.
Siempre conmigo, joven.
Nuno Domuiño llegó a los astilleros con las botas al hombro para que no se le gastaran las suelas. Había viajado tras las huellas de su padre y esas huellas se detenían en ese lugar donde se celebraba la botadura del Astene Tercero. Sevilla había amanecido soleada y alegre como las notas de una gaita, pero en su cabeza, nubarrones y un mar de fondo que se elevaba más allá de los ocho metros. Se abrió paso entre la mezcolanza del gentío, (lugareños, emigrantes, navieros, curiosos), se sentó al borde del Guadalquivir y observó sus piernas colgando sobre el agua, sus dedos sucios y sus uñas quebradas. Entonces, entonó un cántico. Al principio sólo era un murmullo que se le escapaba entre los labios finos, resecos, blanquecinos, después fue la melodía algo desafinada y, al final, un dialecto, un himno, un buen recuerdo.